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Los Hechos de los Apóstoles
En compañía de José de Arimatea, Nicodemo había sufragado
los gastos de la sepultura de Jesús. Los discípulos habían temido
mostrarse abiertamente como seguidores de Cristo, pero Nicodemo
y José habían acudido osadamente en su auxilio. La ayuda de estos
hombres ricos y honrados era grandemente necesaria en esta hora
de tinieblas. Ellos habían podido hacer por su Señor muerto lo que
hubiera sido imposible para los pobres discípulos; y su riqueza e
influencia los habían protegido, en gran medida, de la malicia de los
sacerdotes y gobernantes.
Cuando los judíos trataron de destruir la naciente iglesia, Nico-
demo salió en su defensa. Libre ya de la cautela y dudas anteriores,
estimuló la fe de los discípulos y empleó su riqueza en ayudar a
sostener la iglesia de Jerusalén, y en llevar adelante la obra del Evan-
gelio. Aquellos que en otros días le habían rendido homenaje, ahora
le despreciaban y perseguían; y llegó a ser pobre en los bienes de
este mundo; no obstante, no vaciló en la defensa de su fe.
La persecución que sobrevino a la iglesia de Jerusalén dió gran
impulso a la obra del Evangelio. El éxito había acompañado la mi-
nistración de la palabra en ese lugar, y había peligro de que los
discípulos permanecieran demasiado tiempo allí, desatendiendo la
comisión del Salvador de ir a todo el mundo. Olvidando que la fuer-
za para resistir al mal se obtiene mejor mediante el servicio agresivo,
comenzaron a pensar que no tenían ninguna obra tan importante
como la de proteger a la iglesia de Jerusalén de los ataques del
enemigo. En vez de enseñar a los nuevos conversos a llevar el Evan-
gelio a aquellos que no lo habían oído, corrían el peligro de adoptar
una actitud que indujera a todos a sentirse satisfechos con lo que
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habían realizado. Para dispersar a sus representantes, donde pudieran
trabajar para otros, Dios permitió que fueran perseguidos. Ahuyen-
tados de Jerusalén, los creyentes “iban por todas partes anunciando
la palabra.”
Entre aquellos a quienes el Salvador había dado la comisión: “Id,
y doctrinad a todos los Gentiles” (
Mateo 28:19
), se contaban muchos
de clase social humilde, hombres y mujeres que habían aprendido a
amar a su Señor, y resuelto seguir su ejemplo de abnegado servicio.
A estos humildes hermanos, así como a los discípulos que estuvieron
con el Salvador durante su ministerio terrenal, se les había entregado