El evangelio en Samaria
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un precioso cometido. Debían proclamar al mundo la alegre nueva
de la salvación por Cristo.
Al ser esparcidos por la persecución, salieron llenos de celo mi-
sionero. Comprendían la responsabilidad de su misión. Sabían que
en sus manos llevaban el pan de vida para un mundo famélico; y el
amor de Cristo los movía a compartir este pan con todos los necesi-
tados. El Señor obró por medio de ellos. Doquiera iban, sanaban los
enfermos y los pobres oían la predicación del Evangelio.
Felipe, uno de los siete diáconos, fué de los expulsados de Jeru-
salén. “Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba
a Cristo. Y las gentes escuchaban atentamente unánimes las cosas
que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía. Porque de
muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos; ... y muchos
paralíticos y cojos eran sanados: así que había gran gozo en aquella
ciudad.”
El mensaje de Cristo a la samaritana con la cual había hablado
junto al pozo de Jacob, había producido fruto. Después de escuchar
sus palabras, la mujer había ido a los hombres de la ciudad, y les
había dicho: “Venid, ved un hombre que me ha dicho todo lo que
he hecho: ¿si quizá es éste el Cristo?” Ellos fueron con ella, oyeron
a Jesús, y creyeron en él. Ansiosos de oír más, le rogaron a Jesús
que se quedase con ellos. Por dos días él se detuvo allí, “y creyeron
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muchos más por la palabra de él.”
Juan 4:29, 41
.
Y cuando sus discípulos fueron expulsados de Jerusalén, algunos
hallaron seguro asilo en Samaria. Los samaritanos dieron la bien-
venida a estos mensajeros del Evangelio, y los judíos convertidos
recogieron una preciosa mies entre aquellos que habían sido antes
sus más acerbos enemigos.
La obra de Felipe en Samaria tuvo gran éxito, y alentado por ello,
solicitó ayuda de Jerusalén. Los apóstoles comprendieron entonces
más plenamente el significado de las palabras de Cristo: “Y me
seréis testigos en Jerusalem, y en toda Judea, y Samaria, y hasta lo
último de la tierra.”
Hechos 1:8
.
Mientras Felipe estaba todavía en Samaria, un mensajero celes-
tial le mandó que fuera “hacia el mediodía, al camino que desciende
de Jerusalem a Gaza.... Entonces él se levantó y fué.” No puso en
duda el llamamiento ni vaciló en obedecer, porque había aprendido
a conformarse con la voluntad de Dios.