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Los Hechos de los Apóstoles
“Y he aquí un Etíope, eunuco, gobernador de Candace, reina
de los Etíopes, el cual era puesto sobre todos sus tesoros, y había
venido a adorar a Jerusalem, se volvía sentado en su carro, y leyendo
el profeta Isaías.” Este etíope era hombre de buena posición y amplia
influencia. Dios vió que, una vez convertido, comunicaría a otros
la luz recibida, y ejercería poderoso influjo en favor del Evangelio.
Los ángeles del Señor asistían a este hombre que buscaba luz, y le
atraían al Salvador. Por el ministerio del Espíritu Santo, el Señor lo
puso en relación con quien podía conducirlo a la luz.
A Felipe se le mandó que fuese al encuentro del etíope y le
explicase la profecía que iba leyendo. El Espíritu dijo: “Llégate,
y júntate a este carro.” Una vez cerca, preguntó Felipe al eunuco:
“¿Entiendes lo que lees? Y él dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no
me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese, y se sentase con él.” El
etíope leía la profecía de Isaías referente a Cristo, que dice: “Como
oveja a la muerte fué llevado; y como cordero mudo delante del que
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le trasquila, así no abrió su boca: en su humillación su juicio fué
quitado: mas su generación, ¿quién la contará? porque es quitada de
la tierra su vida.”
El eunuco preguntó: “¿De quién el profeta dice esto? ¿de sí,
o de otro alguno?” Entonces Felipe le declaró la gran verdad de
la redención. Comenzando desde dicho pasaje de la Escritura, “le
anunció el evangelio de Jesús.”
El corazón del etíope se conmovió de interés cuando Felipe le
explicó las Escrituras, y al terminar el discípulo, el hombre se mostró
dispuesto a aceptar la luz que se le daba. No alegó su alta posición
mundana como excusa para rechazar el Evangelio. “Y yendo por
el camino, llegaron a cierta agua; y dijo el eunuco: He aquí agua;
¿qué impide que yo sea bautizado? Y Felipe dijo: Si crees de todo
corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es
el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro: y descendieron ambos al
agua, Felipe y el eunuco; y bautizóle.
“Y como subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a
Felipe; y no le vió más el eunuco, y se fué por su camino gozoso.
Felipe empero se halló en Azoto: y pasando, anunciaba el evangelio
en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea.”
Este etíope simboliza una numerosa clase de personas que nece-
sita ser enseñada por misioneros como Felipe, esto es por hombres