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Los Hechos de los Apóstoles
creer en Jesús, llenó de tristeza y lobreguez a la recién organizada
iglesia, e indujo a muchos a buscar seguridad en la huída.
Los que fueron arrojados de Jerusalén por esta persecución “iban
por todas partes anunciando la palabra.”
Hechos 8:4
. Una de las
ciudades donde se refugiaron fué Damasco, donde la nueva fe ganó
muchos conversos.
Los sacerdotes y magistrados esperaban que con vigilante esfuer-
zo y acerba persecución podría extirparse la herejía. Por entonces
creyeron necesario extender a otros lugares las resueltas medidas
tomadas en Jerusalén contra las nuevas enseñanzas. Para esta labor
especial, que deseaban realizar en Damasco, ofreció Saulo sus ser-
vicios. “Respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos
del Señor, vino al príncipe de los sacerdotes, y demandó de él letras
para Damasco a las sinagogas, para que si hallase algunos hombres
o mujeres de esta secta, los trajese presos a Jerusalem.” Así, “con
potestad y comisión de los príncipes de los sacerdotes” (
Hechos
26:12
), Saulo de Tarso, en la fuerza de su edad viril e inflamado
de un celo equivocado, emprendió el memorable viaje en que iba a
ocurrirle el singular suceso que cambiaría por completo el curso de
su vida.
El último día del viaje, “en mitad del día,” los fatigados caminan-
tes, al acercarse a Damasco, vieron las amplias extensiones de tierra
fértil, los hermosos jardines y los fructíferos huertos, regados por las
frescas corrientes de las montañas circundantes. Después del largo
viaje a través de desolados desiertos, tales escenas eran en verdad
refrigerantes. Mientras Saulo con sus compañeros contemplaban con
admiración la fértil llanura y la hermosa ciudad que se hallaba abajo,
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“súbitamente” vieron una luz del cielo, “la cual—según él declaró
después—me rodeó y a los que iban conmigo;” “una luz del cielo
que sobrepujaba el resplandor del sol” (
Hechos 26:13, 14
), dema-
siado esplendente para que la soportaran ojos humanos. Ofuscado y
aturdido, cayó Saulo postrado en tierra.
Mientras la luz brillaba en derredor de ellos, Saulo oyó “una
voz que le decía” “en lengua hebraica”: “Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues? Y él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y él dijo: Yo soy Jesús a
quien tú persigues: dura cosa te es dar coces contra el aguijón.”
Temerosos y casi cegados por la intensidad de la luz, los com-
pañeros de Saulo oían la voz, pero no veían a nadie. Sin embargo,