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Los Hechos de los Apóstoles
El Salvador había hablado a Saulo mediante Esteban, cuyo claro
razonamiento no podía ser refutado. El erudito judío vió el rostro
del mártir reflejando la luz de la gloria de Cristo, de modo que
parecía “como el rostro de un ángel.”
Hechos 6:15
. Presenció la
longanimidad de Esteban para con sus enemigos y el perdón que les
concedió. Presenció también la fortaleza y la alegre resignación de
muchos a quienes él había hecho atormentar y afligir. Hasta vió a
algunos entregar la vida con regocijo por causa de su fe.
Todas estas cosas impresionaron mucho a Saulo, y a veces casi
abrumaron su mente con la convicción de que Jesús era el Mesías
prometido. En esas ocasiones luchó noches enteras contra esa con-
vicción, y siempre terminó por creer que Jesús no era el Mesías, y
que sus seguidores eran ilusos fanáticos.
Ahora Cristo le hablaba con su propia voz, diciendo: “Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues?” Y la pregunta: “¿Quién eres, Señor?”
fué contestada por la misma voz: “Yo soy Jesús a quien tú persigues.”
Cristo se identifica aquí con su pueblo. Al perseguir a los seguidores
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de Jesús, Saulo había atacado directamente al Señor del cielo. Al
acusarlos y al testificar falsamente contra ellos, lo hacía también
contra el Salvador del mundo.
No dudó Saulo de que quien le hablaba era Jesús de Nazaret, el
Mesías por tanto tiempo esperado, la Consolación y el Redentor de
Israel. Saulo, “temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que
haga? Y el Señor le dice: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá
lo que te conviene hacer.”
Cuando se desvaneció el resplandor, y Saulo se levantó del suelo,
se halló totalmente privado de la vista. La refulgencia de la gloria
de Cristo había sido demasiado intensa para sus ojos mortales; y
cuando desapareció, las tinieblas de la noche se asentaron sobre
sus ojos. Creyó que esta ceguera era el castigo de Dios por su cruel
persecución de los seguidores de Jesús. En terribles tinieblas palpaba
en derredor, y sus compañeros, con temor y asombro, “llevándole
por la mano, metiéronle en Damasco.”
En la mañana de aquel día memorable, Saulo se había acercado
a Damasco con sentimiento de satisfacción propia debido a la con-
fianza que habían depositado en él los príncipes de los sacerdotes.
Se le habían confiado graves responsabilidades. Se le había dado
la comisión de que promoviese los intereses de la religión judía