Página 87 - Los Hechos de los Ap

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De perseguidor a discípulo
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poniendo coto, si fuera posible, a la extensión de la nueva fe en
Damasco. Estaba resuelto a ver coronada de éxito su misión, y había
contemplado con ansiosa expectación los sucesos que aguardaba.
¡Cuán diferente de lo anticipado fué su entrada en la ciudad!
Herido de ceguera, impotente, torturado por el remordimiento, sin
saber qué juicio adicional pudiese estarle reservado, buscó el hogar
del discípulo Judas, donde en la soledad tuvo amplia oportunidad de
reflexionar y orar.
Por tres días Saulo estuvo “sin ver, y no comió, ni bebió.” Esos
días de agonía de alma le parecieron años. Vez tras vez recordó,
con angustia de espíritu, la parte que había tomado en el martirio
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de Esteban. Con horror pensaba en la culpa en que había incurrido
al dejarse dominar por la malicia y el prejuicio de los sacerdotes y
gobernantes, aun cuando el rostro de Esteban había sido iluminado
con el brillo del cielo. Con tristeza y contrición de espíritu repasó
las muchas ocasiones en que había cerrado sus ojos y oídos a las
más impresionantes evidencias, y había insistido implacablemente
en la persecución de los creyentes en Jesús de Nazaret.
Estos días de riguroso examen propio y humillación de espí-
ritu, los pasó en solitaria reclusión. Los creyentes, advertidos del
propósito del viaje de Saulo a Damasco, temían que pudiera estar
simulando a fin de engañarlos más fácilmente. Y se mantuvieron
lejos, rehusándole su simpatía. El no deseaba recurrir a los judíos
inconversos, con quienes había planeado unirse en destrucción de
los creyentes; porque sabía que ni siquiera escucharían el relato de
su caso. Así parecía estar privado de toda simpatía humana. Toda
su esperanza de ayuda se cifraba en un Dios misericordioso, y a él
recurrió con corazón contrito.
Durante las largas horas en que Saulo estuvo encerrado a solas
con Dios, recordó muchos de los pasajes de las Escrituras que se
referían al primer advenimiento de Cristo. Cuidadosamente, rastreó
las profecías, con una memoria aguzada por la convicción que se
había apoderado de su mente. Al reflexionar en el significado de esas
profecías, se asombraba de su anterior ceguera de entendimiento,
y de la ceguera de los judíos en general, que los había inducido a
rechazar a Jesús como el Mesías prometido. A su entendimiento
iluminado, todo parecía claro ahora. Sabía que su anterior prejuicio e