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Los Hechos de los Apóstoles
incredulidad habían obscurecido su percepción espiritual, y le habían
impedido discernir en Jesús de Nazaret el Mesías de las profecías.
Al entregarse Saulo completamente al poder convincente del
Espíritu Santo, vió los errores de su vida, y reconoció los abarcantes
requerimientos de la ley de Dios. El que había sido un orgulloso
fariseo, confiado en que lo justificaban sus buenas obras, se postró
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ahora delante de Dios con la humildad y la sencillez de un niñito,
confesando su propia indignidad, e invocando los méritos de un Sal-
vador crucificado y resucitado. Saulo anhelaba ponerse en completa
armonía y comunión con el Padre y el Hijo; y en la intensidad de su
deseo de obtener perdón y aceptación, elevó fervientes súplicas al
trono de la gracia.
Las oraciones del penitente fariseo no fueron inútiles. Sus recón-
ditos pensamientos y emociones fueron transformados por la gracia
divina; y sus facultades más nobles fueron puestas en armonía con
los propósitos eternos de Dios. Cristo y su justicia llegaron a ser
para Saulo más que todo el mundo.
La conversión de Saulo es una impresionante evidencia del poder
milagroso del Espíritu Santo para convencer de pecado a los hom-
bres. El había creído en verdad que Jesús de Nazaret menospreció la
ley de Dios, y que enseñó a sus discípulos que ella no estaba en vigor.
Pero después de su conversión, Saulo reconoció a Jesús como Aquel
que había venido al mundo con el expreso propósito de vindicar la
ley de su Padre. Estaba convencido de que Jesús era el originador
de todo el sistema judío de los sacrificios. Vió en la crucifixión el
tipo, que se había encontrado con la realidad simbolizada; que Jesús
había cumplido las profecías del Antiguo Testamento concernientes
al Redentor de Israel.
En el relato de la conversión de Saulo se nos dan importantes
principios que deberíamos tener siempre presentes. Saulo fué puesto
directamente en presencia de Cristo. Era uno a quien Cristo había
destinado a una obra importantísima, uno que había de ser “ins-
trumento escogido;” sin embargo, el Señor no le habló ni una sola
vez de la obra que le había señalado. Lo detuvo en su carrera y lo
convenció de pecado; pero cuando Saulo preguntó: “¿Qué quieres
que haga?” el Salvador colocó al inquiridor judío en relación con su
iglesia, para que conociera allí la voluntad de Dios concerniente a
él.