Página 92 - Los Hechos de los Ap

Basic HTML Version

88
Los Hechos de los Apóstoles
Un general muerto en la batalla es una pérdida para su ejército,
pero su muerte no da fuerza adicional al enemigo. Más cuando
un hombre eminente se une al adversario, no solamente se pierden
sus servicios, sino que aquellos a quienes él se une obtienen una
decidida ventaja. Saulo de Tarso, en el camino a Damasco, podría
fácilmente haber sido muerto por el Señor, y se hubiera restado
mucha fuerza al poder perseguidor. Pero Dios en su providencia no
sólo le perdonó la vida, sino que lo convirtió, transfiriendo así un
campeón del bando del enemigo al bando de Cristo. Como elocuente
orador y crítico severo, Pablo, con su firme propósito y denodado
valor, poseía precisamente las cualidades que se necesitaban en la
iglesia primitiva.
Mientras Pablo predicaba a Cristo en Damasco, todos los que lo
oían se asombraban, y decían: “¿No es éste el que asolaba en Jerusa-
lem a los que invocaban este nombre, y a eso vino acá, para llevarlos
presos a los príncipes de los sacerdotes?” Pablo declaraba que su
cambio de fe no había sido provocado por impulso o fanatismo, sino
por una evidencia abrumadora. Al presentar el Evangelio, trataba de
exponer con claridad las profecías relativas al primer advenimiento
de Cristo. Mostraba concluyentemente que esas profecías se habían
cumplido literalmente en Jesús de Nazaret. El fundamento de su fe
era la segura palabra profética.
A medida que Pablo continuaba instando a sus asombrados oyen-
tes a “que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras
dignas de arrepentimiento” (
Hechos 26:20
), “mucho más se esforza-
ba, y confundía a los Judíos que moraban en Damasco, afirmando
que éste es el Cristo.” Pero muchos endurecieron sus corazones
y rehusaron responder a su mensaje; y pronto su asombro por la
conversión de Saulo se trocó en intenso odio, como el que habían
[103]
manifestado para con Jesús.
La oposición se tornó tan fiera que no se le permitió a Pablo
continuar sus labores en Damasco. Un mensajero del cielo le ordenó
que dejara el lugar por un tiempo; y fué “a la Arabia” (
Gálatas 1:17
),
donde halló un refugio seguro.
Allí, en la soledad del desierto, Pablo tenía amplia oportunidad
para estudiar y meditar con quietud. Repasó serenamente su expe-
riencia pasada, y se arrepintió cabalmente. Buscó a Dios con todo
su corazón, sin descansar hasta saber con certeza que su arrepenti-