Página 99 - Los Hechos de los Ap

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Un investigador de la verdad
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demuestra que el Cielo conoce la historia y los quehaceres de los
hombres en toda circunstancia de la vida. Dios está familiarizado
con la experiencia y el trabajo del más humilde obrero tanto como
con los del rey en su trono.
“Envía pues ahora hombres a Joppe, y haz venir a un Simón.”
Con esta orden, Dios dió evidencia de su consideración por el minis-
terio evangélico y por su iglesia organizada. El ángel no fué enviado
a relatar a Cornelio la historia de la cruz. Un hombre, sujeto como
el centurión mismo a las flaquezas y tentaciones humanas, había de
ser quien le hablase del Salvador crucificado y resucitado.
Dios no escoge, para que sean sus representantes entre los hom-
bres, a ángeles que nunca cayeron, sino a seres humanos, a hombres
de pasiones semejantes a las de aquellos a quienes tratan de salvar.
Cristo se humanó a fin de poder alcanzar a la humanidad. Se nece-
sitaba un Salvador a la vez divino y humano para traer salvación
al mundo. Y a los hombres y mujeres ha sido confiado el sagrado
cometido de dar a conocer “las inescrutables riquezas de Cristo.”
Efesios 3:8
.
En su sabiduría, el Señor pone a los que buscan la verdad en
relación con semejantes suyos que conocen la verdad. Es plan del
Cielo que los que han recibido la luz la impartan a los que están
todavía en tinieblas. La humanidad, sacando eficiencia de la gran
Fuente de la sabiduría, es convertida en instrumento, agente activo,
por medio del cual el Evangelio ejerce su poder transformador sobre
la mente y el corazón.
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Cornelio obedeció gustosamente la orden recibida en visión.
Cuando el ángel se hubo ido, el centurión “llamó dos de sus criados,
y un devoto soldado de los que le asistían; a los cuales, después de
habérselo contado todo, los envió a Joppe.”
El ángel, después de su entrevista con Cornelio, se fué a Pedro en
Joppe. En ese momento, el apóstol se hallaba orando en la azotea de
la casa donde posaba, y leemos que “le vino una gran hambre, y quiso
comer; pero mientras disponían, sobrevínole un éxtasis.” No era sólo
de alimento físico del que Pedro sentía hambre. Mientras que desde
la azotea contemplaba la ciudad de Joppe y la región comarcana,
sintió hambre por la salvación de sus compatriotas. Sintió el intenso
deseo de mostrarles en las Sagradas Escrituras las profecías relativas
a los sufrimientos y la muerte de Cristo.