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El Hogar Cristiano
su ambiente, viven para sí y no para Cristo. No fueron creados de
nuevo en Cristo Jesús, para ser purificados y santificados. ...
Aunque debemos precavernos contra la ostentación y los adornos
innecesarios, en ningún caso debemos ser descuidados e indiferentes
con respecto a la apariencia exterior. Cuanto se refiere a nuestra
persona y nuestro hogar debe ser aseado y atractivo. Se debe en-
señar a los jóvenes cuán importante es presentar una apariencia
irreprochable, que honre a Dios y la verdad
El descuido del aseo inducirá dolencias. La enfermedad no se
presenta sin causa. Han ocurrido violentas epidemias de fiebre en
aldeas y ciudades que se consideraban perfectamente salubres, y re-
sultaron en fallecimientos o constituciones destrozadas. En muchos
casos las dependencias de las mismas víctimas de esas epidemias
contenían los agentes de destrucción que transmitían a la atmósfera
el veneno mortífero que había de ser inhalado por la familia y el
vecindario. Asombra notar la ignorancia que prevalece con respecto
a los efectos de la negligencia y la temeridad sobre la salud
Un hogar feliz requiere orden
—Desagrada a Dios ver en cual-
quier persona desorden, negligencia y falta de esmero. Estas de-
ficiencias son males graves y tienden a privar a la esposa de los
afectos del esposo cuando éste aprecia el orden y el tener hijos bien
disciplinados y una casa bien regenteada. Una esposa y madre no
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puede hacer feliz y agradable su hogar a menos que se deleite en el
orden, conserve su dignidad y ejerza un buen gobierno. Por lo tanto,
toda mujer deficiente en estas cosas debe comenzar en seguida a
educarse al respecto y cultivar precisamente las cualidades de las
cuales más carezca
Deben fusionarse la vigilancia y la diligencia
—Cuando nos
demos sin reservas al Señor veremos los deberes sencillos de la vida
familiar de acuerdo con su verdadera importancia, y los cumpliremos
como Dios quiere que lo hagamos. Debemos ser vigilantes y velar
por la venida del Hijo del hombre. También debemos ser diligentes.
Se requiere de nosotros que obremos y esperemos; debemos unir
las dos actitudes. Esto equilibrará el carácter cristiano, y lo hará
simétrico y bien desarrollado. No debemos creer que nos toca des-
cuidar todo lo demás y entregarnos a la meditación, el estudio o la
oración, ni tampoco debemos rebosar apresuramiento y actividad,
con descuido de la piedad personal. La espera, la vigilancia y el