Cómo alentó Cristo a las madres
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dará paz, esperanza y felicidad tanto a ella como a ellos. Este es un
privilegio precioso que Jesús ha concedido a todas las madres
Sigue invitando a las madres
—Cristo, la Majestad del cielo,
dijo: “Dejad los niños venir, y no se lo estorbéis; porque de los tales
es el reino de Dios.” Jesús no envía los niños a los rabinos; no los
manda a los fariseos; porque sabe que esos hombres les enseñarían
a rechazar a su mejor Amigo. Obraron bien las madres que llevaron
a sus hijos a Jesús.... Conduzcan a Cristo a sus hijos las madres de
hoy. Tomen a los niñitos en sus brazos los ministros del Evangelio y
bendíganlos en el nombre de Jesús. Dirijan palabras del más tierno
amor a los pequeñuelos; porque Jesús alzó en sus brazos los corderos
del rebaño y los bendijo
Acudan las madres a Jesús con sus perplejidades. Hallarán gracia
suficiente para ayudarles en la dirección de sus hijos. Las puertas
están abiertas para toda madre que quiera poner sus cargas a los
pies del Salvador.... Sigue invitando a las madres a conducir a sus
pequeñuelos para que sean bendecidos por él.
Aun el lactante en los brazos de su madre, puede morar bajo
la sombra del Todopoderoso por la fe de su madre que ora. Juan
el Bautista estuvo lleno del Espíritu Santo desde su nacimiento. Si
queremos vivir en comunión con Dios, nosotros también podemos
esperar que el espíritu divino amoldará a nuestros pequeñuelos, aun
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desde los primeros momentos
Los corazones jóvenes son susceptibles
—El [Cristo] se iden-
tificó con los humildes, los menesterosos y los afligidos. Tomó a
los niños en sus brazos y descendió al nivel de los jóvenes. Su gran
corazón lleno de amor podía comprender sus pruebas y necesidades,
y se gozaba en su felicidad. Su espíritu, abrumado por el apresura-
miento y la confusión de la ciudad atestada, cansado del trato con
hombres astutos e hipócritas, hallaba descanso y paz en la compa-
ñía de los niños inocentes. Su presencia no los rechazaba nunca.
La Majestad del cielo condescendía a responder a sus preguntas y
simplificaba sus importantes lecciones para ponerlas al alcance de
su entendimiento infantil. Implantaba en sus mentes juveniles en
pleno desarrollo semillas de verdad que brotarían y producirían una
mies abundante cuando fuesen más maduros
Sabía que esos niños escucharían sus consejos y le aceptarían
como su Redentor, mientras que los que eran sabios según el mundo