Normas morales
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Si un ministro del Evangelio no controla sus pasiones más bajas,
si no sigue el ejemplo del apóstol y deshonra de tal manera su profe-
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sión y fe que llegue hasta mencionar la participación en el pecado,
nuestras hermanas que profesan tener piedad no deben pensar por un
instante que el pecado o el delito pierde su maldad porque su pastor
se atreva a cometerlo. El hecho de que ciertos hombres que ocupan
puestos de responsabilidad manifiesten haberse familiarizado con el
pecado no debe reducir en el parecer de nadie la culpabilidad y enor-
midad del pecado. Este debe aparecer tan pecaminoso y aborrecible
como se le ha considerado hasta aquí; y en su ánimo los puros y
elevados deben abominar y huir de quien lo comete como huirían de
una serpiente de mordedura mortal. Si las hermanas poseyeran altura
y pureza de corazón, cualquier sugestión corrupta, aun de parte de
su pastor, sería rechazada con tal energía que nunca se repetiría
Sed fieles a vuestros votos
—¡Cuán cuidadoso debe ser el espo-
so y padre en mantener su lealtad a sus votos matrimoniales! ¡Cuánta
circunspección debe haber en su carácter, no sea que estimule en
algunas jóvenes, o aun en mujeres casadas, pensamientos que no
estén de acuerdo con la norma alta y santa: los mandamientos de
Dios! Cristo enseña que estos mandamientos son amplísimos, y que
llegan hasta los pensamientos, intentos y propósitos del corazón.
Allí es donde muchos delinquen. Las imaginaciones de su corazón
no son del carácter puro y santo que Dios requiere; y por muy alta
que sea su vocación, por talentosos que sean ellos, Dios anotará la
iniquidad contra ellos, y los contará como mucho más culpables y
merecedores de su ira que aquellos que tienen menos talento, menos
luz, menos influencia
A los hombres casados se me ha instruído que les diga: A vues-
tras esposas, las madres de vuestros hijos, es a quienes debéis respeto
y afecto. A ellas debéis dedicar vuestras atenciones, y vuestros pen-
samientos deben espaciarse en cómo contribuir a su felicidad
Se me han mostrado familias en las cuales el esposo y padre
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no mantuvo la reserva ni la dignidad viril y piadosa que conviene
al que sigue a Cristo. No cumplió los actos de bondad, ternura y
cortesía que debe a su esposa, a la cual prometió, delante de Dios y
de los ángeles, que la amaría, respetaría y honraría mientras ambos
viviesen. La joven asalariada que ayudaba en los trabajos domésticos
tenía modales demasiado libres y con cierto atrevimiento se permitía