Debe practicarse la economía
311
el bien que podríais haber hecho con las blancas acumuladas y las
sumas mayores que gastasteis en fines totalmente egoístas
Cuidemos los centavos
—No gastéis vuestros centavos ni vues-
tros pesos en comprar cosas innecesarias. Tal vez penséis que estas
sumas pequeñas no representan mucho, pero estas muchas pequeñe-
ces resultarán en un ingente total. Si pudiéramos, solicitaríamos los
recursos que se gastan en cosas inútiles, en vestidos y satisfacciones
egoístas. Por todos lados y en toda forma nos rodea la pobreza, y
Dios nos ha impuesto el deber de aliviar de toda manera posible a la
humanidad que sufre.
El Señor quiere que sus hijos se preocupen y sean serviciales.
Quiere que estudien cómo pueden economizar en todo y no malgas-
tar cosa alguna
Parece muy pequeña la suma que se gasta diariamente en cosas
inútiles pensando: “No son más que unos centavos;” pero multi-
[349]
plíquense esas menudas cantidades por los días del año, y con el
transcurso del tiempo las cifras parecerán casi increíbles
No compitamos con los vecinos
—No es lo mejor tratar de apa-
rentar que somos ricos o superiores a lo que somos, a saber sencillos
discípulos del manso y humilde Salvador. No debe perturbarnos el
que nuestros vecinos construyan y amueblen sus casas de una mane-
ra que no estamos autorizados a seguir. ¡Cómo debe mirar Jesús la
forma en que proveemos egoístamente para satisfacer nuestros ape-
titos e inclinaciones, o para agradar a nuestros huéspedes! Viene a
ser un lazo para nosotros el ceder al deseo de ostentación, o permitir
que lo hagan los hijos que están bajo nuestra dirección
Experiencia personal de la Sra. de White en la niñez
—
Cuando tenía sólo doce años, ya sabía lo que era economizar. Con
mi hermana, aprendí un oficio, y aunque sólo ganábamos veinticinco
centavos por día, ahorrábamos un poco de esta suma para darlo a las
misiones. Economizamos poco a poco hasta tener treinta dólares.
Luego, cuando oímos el mensaje de la pronta venida del Señor, y un
pedido de recursos, así como de hombres, fué para mí un privilegio
entregar los treinta dólares a mi padre y pedirle que los invirtiera
en folletos y otros impresos para comunicar el mensaje a los que
estaban en tinieblas. ...
Con el dinero ganado en nuestro oficio, mi hermana y yo nos ves-
tíamos. Entregábamos nuestro dinero a mamá, diciéndole: “Haz la