Página 358 - El Hogar Cristiano (2007)

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El Hogar Cristiano
sus labios, para que supiese “hablar en sazón palabra al cansado.”
Y el Señor nos ordena: “Sea vuestra palabra siempre con gracia,”
“para que dé gracia a los oyentes.
El cultivo de la voz en el hogar
—En el círculo del hogar de-
biera darse instrucción en el cultivo de la voz. Los padres deben
enseñar a sus hijos a hablar con tanta claridad que quienes los es-
cuchen puedan comprender cada palabra que pronuncien. Deben
enseñarles a leer la Biblia con expresión clara y distinta, de una
manera que honre a Dios. Y los que se arrodillan en derredor del
altar de la familia no han de hundir el rostro entre las manos o en
un sillón cuando se dirigen a Dios. Alcen la cabeza y con santa y
valiente reverencia, alléguense al trono de la gracia
Sed puros en vuestro lenguaje. Cultivad un tono de voz que sea
suave y persuasivo, no duro ni autoritario. Dad a los niños lecciones
en el cultivo de la voz. Educad sus modos de hablar, hasta que no
broten espontáneamente de sus labios palabras groseras o rudas
cuando se les presenta alguna prueba
El cultivo de la voz es un asunto que tiene que ver con la salud de
los estudiantes. Debe enseñarse a los jóvenes a respirar debidamente,
y a leer de tal manera que no impongan un recargo indebido a la
garganta y los pulmones, sino que el trabajo sea compartido por los
músculos abdominales. El hablar por la garganta, dejando que el
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sonido provenga de la parte superior de los órganos vocales, arruina
la salud de esos órganos y disminuye su eficiencia. Los músculos
abdominales han de hacer la parte más pesada del trabajo, usándose
la garganta sólo como un canal. Han muerto muchos que podrían
haber vivido si se les hubiese enseñado a usar debidamente la voz.
El uso correcto de los músculos abdominales al leer y hablar, será
un remedio para muchas de las dificultades de la voz y del pecho y
un medio de prolongar la vida
Efecto de las palabras duras
—En un hogar donde se pronun-
cian palabras duras, de reprensión e irritación, un niño llora mucho;
y en su tierna sensibilidad se imprimen rastros de desgracia y discor-
dia. Por lo tanto, madres, dejad que vuestro semblante se llene de sol.
Sonreíd si podéis, y la mente y el corazón del niño reflejarán la luz
de vuestro rostro como la placa pulida de un artista retrata los rasgos
humanos. Aseguraos, madres, de que Cristo more en vosotras, para