Página 53 - El Hogar Cristiano (2007)

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Los casamientos prohibidos
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amarga en esta vida, y su conducta puede resultar en la pérdida de
su alma
Los que profesan la verdad pisotean la voluntad de Dios al
casarse con incrédulos; pierden su favor y hacen obras amargas, de
las que habrán de arrepentirse. La persona incrédula puede poseer un
excelente carácter moral; pero el hecho de que no haya respondido a
las exigencias de Dios y haya descuidado una salvación tan grande,
es razón suficiente para que no se verifique una unión tal. El carácter
de la persona incrédula puede ser similar al del joven a quien Jesús
dirigió las palabras: “Una cosa te falta,” y esa cosa era la esencial
El ejemplo de Salomón
—Existen hombres situados en la pobre-
za y la obscuridad cuya vida Dios aceptaría y henchiría de utilidad
en la tierra y de gloria en el cielo, pero Satanás obra con insistencia
para derrotar los propósitos divinos y arrastrar a esos hombres a la
perdición mediante su casamiento con personas de tal carácter que
se interponen directamente en el camino de la vida. Muy pocos salen
triunfantes de este conflicto
Satanás conocía los resultados que acompañarían la obediencia;
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y durante los primeros años del reinado de Salomón, que fueron
gloriosos por la sabiduría, la beneficencia y la integridad del rey,
procuró introducir influencias que minasen insidiosamente la lealtad
de Salomón a los buenos principios, y le indujesen a separarse de
Dios. Por el relato bíblico sabemos que el enemigo tuvo éxito en ese
esfuerzo: “Y Salomón hizo parentesco con Faraón rey de Egipto,
porque tomó la hija de Faraón, y trájola a la ciudad de David.”
Al formar alianza con una nación pagana, y al sellar el pacto
casándose con una princesa idólatra, Salomón despreció temeraria-
mente la sabia disposición que Dios había tomado para conservar la
pureza de su pueblo. La esperanza de que su esposa egipcia pudiera
convertirse no era sino una débil excusa por aquel pecado. En viola-
ción de una orden directa de que su pueblo permaneciese separado
de otras naciones, el rey unió su fuerza con el brazo de la carne.
Durante un tiempo, Dios, en su misericordia compasiva, pasó por
alto esta terrible equivocación. La esposa de Salomón se convirtió;
y el rey, por una conducta prudente, podría haber mantenido en
jaque, por lo menos en gran medida, las fuerzas malignas que su
imprudencia había desatado. Pero Salomón había comenzado a
perder de vista la Fuente de su poder y gloria. A medida que sus