Página 151 - Hijas de Dios (2008)

Basic HTML Version

El respeto propio
147
verdad. Nuestros propios sentimientos no son evidencia de que Dios
se desagrade de nosotros.
Su vida es preciosa a la vista de Dios. Él tiene algo para usted.
Aunque no lo pueda ver claramente, camine con plena confianza
sin palabras de duda, porque el querido Jesús se entristece al ver
[145]
que usted no puede confiar en él. Cristo está extendiendo su mano
a través de los cielos para alcanzarla; tómese de esa mano. ¡Qué
amor, qué tierno amor ha manifestado Jesús en nuestro favor! Las
promesas de la Biblia son las lilas, las clavelinas y las rosas en el
jardín del Señor.
¡Oh! ¡Cuántos andan por un oscuro camino donde a su lado
encuentran solo cosas objetables y desagradables, cuando si miraran
un poco más arriba encontrarían las flores! Piensan que no tienen
derecho a llamarse hijos de Dios y asirse de sus promesas, porque
no tienen evidencia de que son aceptados por Dios. Andan por
el camino afligiendo sus almas y penando sus luchas, como hacía
Lutero antes de echarse en los brazos de Cristo y su justicia.
Hay muchos que piensan que la única forma de llegar a Jesús
es en el estado más deplorable, como el del muchacho poseído
por el demonio, a quien este lo golpeaba y arrojaba mientras lo
acercaban al Salvador. Pero no se necesita tener esa clase de conflicto
y pruebas. Richard Baxter estaba afligido porque no sentía la agonía
y humillación de espíritu que él pensaba que debía sentir. Cuando se
le explicó satisfactoriamente, entonces llegó la paz a su corazón.
No tiene por qué cargar con un sentimiento angustioso de culpa,
porque usted es la propiedad de Cristo. Él la tiene en sus manos. Sus
brazos eternos la rodean. Su vida no ha sido una “vida de pecado”, tal
como se entiende comúnmente esa expresión. Tiene un consciente
temor a hacer lo malo, y siente un correcto deseo de hacer lo bueno.
Todo lo que necesita hacer ahora es quitar su rostro de los cardos y
espinas, y tornarse hacia las flores.
Fije sus ojos en el Sol de justicia. En lugar de ver a su querido y
amante Padre celestial como a un tirano, vea su ternura, su piedad,
su inmenso amor y su gran compasión. Su amor excede al de una
madre por su hijo. Aunque la madre se olvide, yo nunca me olvidaré
de ti, dice el Señor. ¡Oh, mi querida amiga! Jesús quiere que usted
confíe en él. Mi oración es que su bendición descanse sobre usted
en una rica medida.