Página 197 - Hijas de Dios (2008)

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La maternidad
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rodean. Enseñadles a pedirle perdón a Dios por ser malhumorados
e impacientes. Criad a vuestros hijos en disciplina y amonestación
del Señor. Que sean hombres y mujeres de oración. Aferrémonos
de la naturaleza divina y escapemos de la corrupción que hay en
el mundo por la lascivia. Entonces tendremos el seguro de la vida
eterna; esa vida que se mide con la vida de Dios. Entonces, junto
con los rescatados y redimidos de sobre la tierra que estarán en la
ciudad de Dios, podréis presentaros delante del Señor, diciendo: “He
aquí, yo y los hijos que me dio Jehová”.
Isaías 8:18
. Entonces el arpa
será colocada en vuestras manos, y vuestras voces se elevarán en
cantos de adoración a Dios y al Cordero, por cuyo sacrificio habéis
sido hecho participantes de su naturaleza divina, y habéis recibido
la herencia inmortal en el reino de Dios.—
The Review and Herald,
14 de enero de 1909
.
Las madres deben alentar a sus hijos
—Toda vez que la madre
pueda hablar una palabra de alabanza por la buena conducta de
sus hijos, debiera hacerlo. Debiera animarlos mediante palabras de
aprobación y miradas de amor. Esto será como rayos de sol para
el corazón de un niño y lo llevará a cultivar el respeto propio y la
dignidad de carácter.—
Testimonies for the Church 3:583 (1875)
.
La importancia de los hábitos formados en la juventud
Los niños tienen derechos que sus padres debieran reconocer y
respetar. Tienen el derecho a una educación y preparación que los
haga útiles y respetados miembros de la sociedad presente y que les
brinde la idoneidad moral para ser miembros de la sociedad santa
y pura del más allá. Se les debiera enseñar a los jóvenes que su
bienestar presente y futuro depende en gran medida de los hábitos
que formen durante la niñez y juventud. Debiera acostumbrárselos
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a ser sumisos y generosos, y a tener consideración por la felicidad
de otros. Debiera enseñárseles a sujetar el temperamento rudo y
las palabras apasionadas, y a mostrar constante cortesía, bondad y
dominio propio. Los padres y las madres debieran dedicar su vida a
desarrollar en sus hijos un carácter tan perfecto como puede lograrlo
el esfuerzo humano combinado con la ayuda divina. Al traer hijos
al mundo, los padres aceptan esta tarea con toda su importancia y
responsabilidad.—
The Review and Herald, 21 de marzo de 1882
.