Página 224 - Hijas de Dios (2008)

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Hijas de Dios
Jesucristo mismo es el que la sostiene; sus brazos eternos la rodean
y sus palabras traen salud. No podemos penetrar en los secretos
concilios de Dios. El desánimo, la angustia, el desconcierto y el luto
no han de separarnos de Dios, sino acercarnos más a él.
¡Cómo nos cansamos, suspiramos y agonizamos al intentar llevar
nuestras propias cargas! Pero si vamos a Jesús y le decimos que no
podemos llevar ese peso ni un momento más, y depositamos nuestras
cargas sobre él, recibiremos descanso y paz. Vamos tropezando a
lo largo del camino con nuestras pesadas cargas, y vivimos una
vida miserable cada día, porque no atesoramos en nuestro corazón
las preciosas promesas de Dios. Aunque seamos indignos, él nos
acepta en Cristo Jesús. Nunca olvidemos que Jesús nos ama y está
esperando nuestro ruego para concedernos su gracia.
Mi querida y afligida hermana, sé por experiencia lo que usted
está pasando. Ya he transitado el camino que ahora le toca recorrer.
Acérquese a Cristo, mi hermana; él es el poderoso sanador. El amor
de Jesús no viene de una manera sorprendente. Nos ha dado muestras
de su maravilloso amor en la cruz del Calvario, y desde allí la luz de
su amor se refleja en nosotros a través de brillantes rayos. Nuestra
parte es aceptar su amor y apropiarnos de las promesas de Dios.
Repose en Jesús. Descanse en él como un niño cansado descansa
en los brazos de su madre. El Señor siente compasión por usted, la
ama, y la sostiene con sus brazos eternos. Usted no se ha habituado
a sentir y escuchar; así como está, herida y lastimada, busque reposo
en Dios. Su mano compasiva se extiende para sanar sus heridas;
acéptelo y será más precioso a su alma que el amigo más íntimo.
Todo lo que podríamos desear, no se compara con él. Solamente
crea en él y confíe en él.
Su amiga en la aflicción; alguien que ya la ha experimentado.—
Carta 1e, 1882
.
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La Sra. Parmelia Lane era la esposa del pastor Sands Lane, un
predicador de éxito, que llegó a ser presidente de varias
asociaciones en los Estados Unidos de Norteamérica. Después de
haberse conocido en Inglaterra, la Sra. Lane y Elena G. de White
entablaron una linda amistad. La carta que sigue, fue escrita a
Parmelia Lane poco después de la muerte de su esposo
.