Página 225 - Hijas de Dios (2008)

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Cuando llega la aflicción
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Querida Hna. Lane: He pasado por la misma aflicción que usted
está pasando, así que puedo solidarizarme con usted y entender sus
sentimientos al tener esta gran pérdida.
Quería contarle que había recibido una carta de su esposo escrita
poco antes de su muerte. Al momento de recibirla, estaba buscando
solución a varios problemas difíciles, y me pareció que no tenía
tiempo de responder. Más adelante comencé a escribirle; pero antes
de que hubiera finalizado mi carta, supe que su esposo había muerto.
Aprecio mucho esa carta porque en ella el Hno. Lane cuenta su
experiencia personal, lo que me permite creer que él era un verdadero
hijo de Dios. Algunos de nuestros hermanos creían que su esposo no
tenía claras todas las cosas; sin embargo, en su carta parece indicar
que conscientemente buscaba seguir el camino correcto.
Mi querida hermana, me gustaría recibir una carta suya; espero
que usted pueda ubicarse donde pueda estar feliz.
Me alegra saber que Jesús nuestro Salvador está pronto a venir,
y que todos podremos reunirnos alrededor del gran trono blanco.
Quiero estar allí; y si ambas somos fieles hasta el fin, creo que
nos encontraremos con su esposo otra vez. Quizá tengamos que
pasar por pruebas difíciles, pero estaremos seguras si escondemos
nuestras vidas con Cristo en Dios. Muchos escucharán a espíritus
engañadores y a doctrinas de demonios; pero la única seguridad para
el alma será mirar a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe.
Ahora, como siervas de Jesucristo, tenemos que hacer nuestra
parte en dar al mundo el conocimiento de la verdad. El tiempo es
breve y debemos actuar con vigilancia y diligencia; debemos trabajar
a tiempo y fuera de tiempo. Nuestros talentos, naturales y adquiridos,
pertenecen a la iglesia de Cristo, porque somos siervas del Señor.
Nos entristece ver hombres y mujeres que quieren controlar a
quienes debieran ser agentes libres para el Señor. Cristo es quien go-
bierna supremo en su iglesia. Que nadie se interponga entre nuestra
alma y Cristo. Laboremos enteramente para el Señor; que nadie se
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interponga entre nuestra alma y su más elevado ideal: ser vencedoras
por la sangre del Cordero y por la palabra de nuestro testimonio [...].
Mi hermana, esté de buen ánimo en el Señor, fijos los ojos en el
autor y consumador de nuestra fe.—
Carta 362, 1906
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