Página 226 - Hijas de Dios (2008)

Basic HTML Version

222
Hijas de Dios
Enfrentando la viudez
Elena G. de White había conocido hacía poco tiempo a la Hna.
Lons. Cuando el esposo de esta hermana murió, le escribió la
siguiente carta llena de amor y compasión hacia su nueva amiga
.
Querida Hna. Lons: Me alegra haberla conocido y haber unido
mi corazón con el suyo. Junto con la Hna. Brown, las tres hemos
sido dejadas en la viudez, pero hemos recibido la bendición de
Dios; él no nos ha fallado en nuestro tiempo de prueba. Ha sido
para nosotros una ayuda presente en tiempo de necesidad. Nos
ha permitido experimentar individualmente la resignación frente a
la aflicción y la paciencia frente a las más severas pruebas, para
desarrollar, como niños, una humilde e inocente confianza en él.
Hemos aprendido, en medio de las oscuras providencias, que
no es sabio seguir nuestro propio camino, ni hacer conjeturas y
reflexiones acerca de la fidelidad de Dios. Creo que podemos ser
solidarias entre nosotras y entendernos; nos ha unido la gracia de
nuestro Señor Jesucristo, y nos han unido lazos sagrados nacidos en
la aflicción.
Si no nos encontramos más en esta tierra, igual tendremos me-
morias inolvidables de nuestra amistad con la familia. Me alegra
haberla conocido, y creo que fue la providencia de Dios que llegara
a ser parte de la familia Brown. El Señor la ha utilizado como su ins-
trumento de justicia en su asociación con esa familia, especialmente
con la Hna. Brown. Tengo tiernos sentimientos hacia ambas, pues
puedo entender vuestras penas.
A menudo las misericordias vienen disfrazadas de aflicciones; no
podemos saber lo que hubiera ocurrido sin ellas. Cuando Dios, en su
misteriosa providencia, cambia nuestros planes y torna nuestro gozo
en tristeza, debemos inclinarnos en sumisión y decir: “Sea hecha
tu voluntad, Señor”. Debemos mantener una calmada confianza en
Aquel que nos ama y dio su vida por nosotros. “De día mandará
Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi
oración al Dios de mi vida. Diré a Dios: “Roca mía, ¿por qué te has
olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del
enemigo? [...]. ¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas
[220]