Página 242 - Hijas de Dios (2008)

Basic HTML Version

Apéndice a—En casa de Simón
Este capítulo está basado en Lucas 7.
“Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo
entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa”.
Vers. 36
. Cristo
no tenía un hogar propio; aquellos que lo invitaban a sus casas lo
consideraban demasiado pobre para tener un hogar. Sin embargo,
cada casa era su propiedad.
Simón pensaba que al hacerle esta fiesta, le estaba haciendo un
honor a Cristo. Pero a pesar de que todo lo que se ofrecía pertenecía
al dueño de casa, Cristo, al aceptar su hospitalidad, estaba dando
más de lo que recibía. Cuando se sentó a la mesa del fariseo, en
realidad estaba participando de las provisiones concedidas por su
Padre. Los escribas y fariseos solo eran residentes en la propiedad
de Dios; su benevolencia les concedía comida y vestido. Si Cristo
no hubiera venido como garantía del hombre, este último no hubiera
recibido bendiciones. Y las bendiciones que brinda Cristo a los que
lo reciben no son solo del orden temporal; también les brinda el pan
de vida.
[234]
Cristo comía tanto con los publicanos y pecadores como con
los fariseos. Cuando era invitado a los hogares de los primeros,
aceptaba su invitación. En esto ofendía a los escribas y fariseos
que pensaban que un buen judío no debía olvidar los muros de
separación que la tradición había erigido. Pero para Dios no existen
sectas ni nacionalidades. Cuando Cristo era acusado, respondía: “No
he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”.
Se colocaba a sí mismo en el camino donde podía tener acceso a
las almas que perecían, para plantar las semillas de verdad en esos
corazones humanos; semillas que brotarían y darían fruto para la
gloria de Dios.
Aunque Cristo nunca buscó lujo para sí mismo, aceptaba ex-
presiones de respeto y amor hacia él. Lo merecía. Aunque no tenía
nada en este mundo que pudiera reclamar como suyo, era el Creador
238