Apéndice a—En casa de Simón
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del mundo y todo lo que en él habita. Se hizo pobre siendo rico,
para que por su pobreza fuésemos enriquecidos; llevó sobre él las
debilidades de la humanidad. Si los ojos humanos hubiesen sido
abiertos, se hubiera visto que su fuerza era más grande que la del
hombre armado más valiente. Sin embargo, nunca olvidó que era
pobre en la estima del mundo.
La humildad que él mostraba no era una humildad fingida: él
era humildad. “Estando en la condición de hombre, se humilló a sí
mismo”.
Filipenses 2:8
. Si alguien le hacía un favor, lo bendecía con
toda la cortesía y bondad celestiales. Nunca rehusaba una flor que
un niño le ofreciera con amor. Aceptaba las ofrendas de los niños
y bendecía a los dadores inscribiendo sus nombres en el libro de la
vida.
“Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber
que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de
alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando,
comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los ungía con el perfume.
Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: “Si
este fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que lo
toca, porque es pecadora””.
Vers. 37-39
.
Al sanar a Simón de su lepra, Cristo lo había salvado de una
muerte en vida. Sin embargo, ahora Simón cuestionaba si Cristo
sería profeta. Debido a que Cristo permitió que esta mujer se le
aproximara; debido a que no la despreció indignado como a alguien
cuyos pecados eran demasiado grandes para ser perdonados; debido
a que no pareció reconocer en ella a alguien que había caído, Simón
estuvo tentado a pensar que él no era profeta. Su corazón se llenó
de desconfianza e incredulidad; Cristo no sabe nada de esta mujer,
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pensó, de otra manera no le permitiría esas demostraciones; no le
permitiría que lo tocase.
Pero Simón no era capaz de leer el corazón de su huésped. Fue
su ignorancia del verdadero Dios y de Jesucristo a quien había
enviado, que lo llevó a pensar de esa manera. Todavía no se había
convertido plenamente de su farisaísmo. No podía entender que en
tales ocasiones el Hijo de Dios debía actuar como Dios lo hace: con
ternura, compasión y misericordia. Su actitud era no reconocer la
acción humilde y penitente de María; que ella besara los pies de