Página 244 - Hijas de Dios (2008)

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Hijas de Dios
Cristo y los ungiese, lo exasperaba. Pensó que si realmente Cristo
era profeta, debía reconocer a los pecadores y rechazarlos.
Leyendo sus pensamientos, Cristo le respondió aun antes de que
Simón hablara, demostrándole que era el Profeta de los profetas:
““Simón una cosa tengo que decirte [...]. Un acreedor tenía dos
deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro, cincuenta. No
teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de
ellos lo amará más?” Respondiendo Simón, dijo: “Pienso que aquel
a quien perdonó más”. Él le dijo: “Rectamente has juzgado””.
Vers.
40-43
.
Como hizo Natán con David, Cristo cubrió la verdad con el ve-
lo de una parábola. Puso sobre su anfitrión la carga de pronunciar
sentencia sobre sí mismo. Esta forma de presentarle el asunto, hizo
sentir a Simón muy molesto. Él mismo había llevado al pecado a la
mujer que ahora despreciaba. Ella había sido terriblemente perju-
dicada por él. Y en la parábola de los dos deudores, la experiencia
de ambos estaba representada. El pecado de Simón había sido diez
veces más grande que el de la mujer, como la deuda de quinientos
denarios era más grande que la de cincuenta.
Ahora Simón comenzaba a verse a sí mismo bajo una nueva
luz. Ahora veía cómo un verdadero profeta en todo el sentido de la
palabra, había tratado a María. Ahora comprendía que con su agudo
ojo profético, Cristo había leído el corazón de amor y devoción de
María. Simón estaba avergonzado; sentía que estaba en la presencia
de un ser superior a él.
Simón había dudado que Cristo fuese profeta; pero al mostrar
su conocimiento acerca de esta mujer, Cristo dio evidencias de su
carácter profético. Sus poderosas obras, sus milagros, su maravillosa
instrucción, su paciencia y humildad, todas eran evidencias de su
divinidad. Simón no tendría por qué haber dudado.
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“Entré en tu casa”, continuó Jesús, “y no me diste agua para
mis pies; pero ella ha regado mis pies con lágrimas y los ha secado
con sus cabellos. No me diste beso; pero ella, desde que entré, no
ha cesado de besar mis pies”.
Vers. 44-45
. La atención de lavar los
pies y dar un beso de bienvenida no se mostraba invariablemente
a todos los huéspedes; solo se hacía con aquellos a quienes se
deseaba mostrar un aprecio especial. Cristo debía haber recibido
estas atenciones de parte de su anfitrión, pero este no lo había hecho.