Página 245 - Hijas de Dios (2008)

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Apéndice a—En casa de Simón
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Cristo le recordó a Simón las oportunidades que había tenido de
mostrar su amor por su Señor y su aprecio por lo que había hecho
por él. Y con delicada cortesía también les recordó a sus discípulos
que su corazón se entristece cuando sus hijos descuidan expresar
su gratitud hacia él en palabras y hechos de amor. Algunos pueden
pensar que este mensaje de la Escritura no está más en vigencia,
pero no es así.
Pablo nos recuerda que [también] toda mujer debe ser honrada,
“si ha practicado la hospitalidad; si ha lavado los pies de los santos;
si ha socorrido a los afligidos; si ha practicado toda buena obra”.
1
Timoteo 5:10
.
Muchos necesitan compasión y afecto, y aquellas que lavan
“los pies de los santos” deben tener un juicio santificado para ser
capaces de reconocer a “los santos”. El mensajero de Dios puede
tener un vestido gastado y manchado por la jornada, pero puede ser
un ángel encubierto. Los ángeles, sin ser reconocidos, hablan con
los hombres, pronunciando palabras que son agua de vida para sus
almas. María era vista como una gran pecadora; pero Cristo, que
conocía las circunstancias, la veía como podía llegar a ser: con una
gran capacidad para el bien. Veía el lado mejor de su carácter y sabía
que, mediante su gracia, llegaría a ser participante de la naturaleza
divina, y que purificaría su alma al obedecer la verdad.
Cristo podría haber extinguido toda chispa de esperanza en el
alma de María, pero no lo hizo. Aquel que lee los motivos del
corazón, sabía qué sentimientos habían llevado a María a hacer lo
que había hecho, y también conocía el espíritu que estaba detrás
de las palabras de Simón. ““Ves esta mujer—le dijo—sus muchos
pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero aquel a quien
se le perdona poco, poco ama”. Y a ella le dijo: “Tus pecados te son
perdonados””.
Vers. 47-48
.
Aquellos que estaban presentes, que habían visto a Cristo resuci-
tar a Lázaro de los muertos, y que ahora vivían esta experiencia en la
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casa de su tío, comenzaron a preguntarse, diciendo: “¿Quién es este,
que también perdona pecados?” Pero Cristo continuó diciéndole a
la mujer: “Tu fe te ha salvado, ve en paz”.
Vers. 49-50
.
Cristo conoce las circunstancias de cada alma. Podéis decir, soy
pecador, muy pecador. Puede ser que lo seáis. Pero cuanto más
pecadores, tanto más necesitáis de Jesús. Nunca rechaza al alma