Página 42 - Hijas de Dios (2008)

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Hijas de Dios
Llena de dolor y sorprendida, Ana le contestó suavemente: “No,
señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido
vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová. No
tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de
mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora”.
El sumo sacerdote se conmovió profundamente, porque era hom-
bre de Dios; y en lugar de continuar reprendiéndola, pronunció una
bendición sobre ella: “Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la
petición que le has hecho”.
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Le fue otorgado a Ana lo que había pedido; recibió el regalo por
el cual había suplicado con tanto fervor. Cuando miró al niño, lo
llamó Samuel, “demandado de Dios”.—
Historia de los Patriarcas y
Profetas, 614-616 (1890)
.
Durante los primeros tres años de vida del profeta Samuel, su
madre cuidadosamente le enseñó a distinguir entre el bien y el mal.
Buscaba en cada objeto familiar que los rodeaba la oportunidad de
dirigir sus pensamientos hacia el Creador.
Con gran renunciamiento, y en cumplimiento del voto que había
hecho de entregar su hijo al Señor, lo dejó al cuidado de Elí, el sumo
sacerdote, para que fuera entrenado en el servicio a la casa de Dios.
Aunque la juventud de Samuel transcurrió en el tabernáculo dedica-
do al culto a Dios, no estuvo libre de malas influencias o ejemplos
pecaminosos. Los hijos de Elí no temían a Dios ni honraban a su pa-
dre; pero Samuel no buscó su compañía ni siguió sus malos caminos.
Su temprana educación lo llevó a mantener su integridad cristiana.
¡Cuán grande fue la recompensa de Ana! ¡Y cuánto alienta a ser fiel
el ejemplo de ella!—
The Review and Herald, 8 de septiembre de
1904
.
De Silo, Ana regresó quedamente a su hogar en Ramataim, dejan-
do al niño Samuel para que, bajo la instrucción del sumo sacerdote,
fuese educado en el servicio de la casa de Dios. Desde que el niño
diera sus primeras muestras de inteligencia, la madre le había ense-
ñado a amar y reverenciar a Dios, y a considerarse a sí mismo como
del Señor. Por medio de todos los objetos familiares que la rodea-
ban, ella había tratado de dirigir sus pensamientos hacia el Creador.
Cuando se separó de su hijo no cesó la solicitud de la madre fiel
por el niño. Era el tema de las oraciones diarias de ella. Todos los
años le hacía con sus propias manos un manto para su servicio; y