Página 54 - Hijas de Dios (2008)

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Hijas de Dios
Los hijos y las hijas de José sabían esto, y apelando a su ansiedad,
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trataban de corregir las prácticas de Jesús de acuerdo con su propia
norma.—
El Deseado de Todas las Gentes, 69 (1898)
.
La vida de Cristo estaba señalada por el respeto, el amor y la
devoción hacia su madre. Ella a menudo lo reconvenía, pidiéndole
que concediera algunos de los deseos de sus hermanos. Estos no
podían persuadirle a cambiar sus hábitos de vida que incluían la
contemplación de las obras de Dios, las manifestaciones de solidari-
dad y compasión hacia el pobre, el sufriente y el desafortunado, y
el deseo de aliviar el sufrimiento tanto de los hombres como de los
animales. Cuando los sacerdotes y gobernantes querían persuadir a
María que obligara a su hijo a cumplir con las ceremonias y tradi-
ciones, ella se sentía muy afligida. Pero cuando su hijo presentaba
claras declaraciones de la Escritura que apoyaban sus prácticas, la
paz y la confianza volvían a su atribulado corazón.—
The Signs of
the Times, 6 de agosto de 1896
.
Desde el día en que recibió el anunció del ángel en su hogar de
Nazaret, María había atesorado toda evidencia de que Jesús era el
Mesías. Su vida de mansedumbre y abnegación le aseguraba que
él no podía ser otro que el enviado de Dios. Sin embargo, también
a ella le asaltaban dudas y desilusiones, y anhelaba el momento
de la revelación de su gloria. La muerte la había separado de José,
quien había compartido con ella el conocimiento del misterio del
nacimiento de Jesús. Ahora no había nadie a quien pudiese confiar
sus esperanzas y temores. Los últimos dos meses habían sido de
mucha tristeza. Ella había estado separada de Jesús, en cuya simpatía
hallaba consuelo; reflexionaba en las palabras de Simeón: “Una
espada traspasará tu misma alma” (
Lucas 2:35
); recordaba los tres
días de agonía durante los cuales pensaba que había perdido para
siempre a Jesús, y con ansioso corazón anhelaba su regreso.—
El
Deseado de Todas las Gentes, 118-119 (1898)
.
Esta madre viuda se había afligido por los sufrimientos que Jesús
había soportado durante su soledad. El hecho de saber que era el
Mesías le había producido gozo, tanto como profunda tristeza. Y
aunque al encontrarlo en la fiesta de bodas le parecía ver al mismo
hijo tierno y servicial, sin embargo no era el mismo, porque su rostro
había cambiado; ella ve los rastros de su fiero conflicto en el desierto
de la tentación, y una nueva expresión de santa y gentil dignidad