Página 17 - Hijas De Dios (1999)

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El señor llama a las mujeres a su servicio
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madre es también la verdadera maestra de sus hijos. Si con un co-
razón imbuido con el amor de Cristo ella enseña a los niños de su
clase infantil y ora con ellos y por ellos, los verá convertirse y unirse
al rebaño de Cristo. No recomiendo que la mujer busque posiciones
políticas o el voto
Sin embargo, como una misionera, al enseñar
la verdad por correspondencia, al distribuir material de lectura, o al
conversar con las familias y orar con las madres y sus hijos, puede
hacer mucho y llegar a ser una bendición.
El Señor de la viña está diciendo a muchas mujeres que no están
haciendo nada,—¿Por qué estáis todo el día ociosas? Las mujeres
pueden ser instrumentos de justicia y rendir un servicio sagrado.
María fue la primera en anunciar a Jesús resucitado, y se necesita la
influencia refinadora y suavizante de las mujeres cristianas en la gran
obra de predicar la verdad para este tiempo. Si hubiera veinte mujeres
donde ahora hay sólo una, que hicieran de la salvación de las almas
su más deseada tarea, veríamos muchos convertidos a la verdad. Un
trabajo celoso y diligente en la causa de Dios será plenamente exitoso
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y asombrará por los resultados. Esta obra, que manifestará una real
devoción a Dios, debe ser cumplida con paciencia y perseverancia.
Dios quiere ver hechos, no sólo palabras.
La obra de Dios merece nuestros mayores esfuerzos. En cumpli-
miento del plan divino, el Hijo del hombre vino a buscar y salvar lo
que se había perdido. Les enseñó a los perdidos y errantes a quienes
había venido a salvar, y oró fervorosamente a su Padre en su favor.
Esta es la clase de trabajo a la que deberíamos consagrarnos. Si
el Hijo de Dios, el Creador de los mundos no consideró indigna
esta tarea, ¿acaso sus seguidores deberían considerarla demasiado
humillante o abnegada? De ninguna manera. No importa cuán altas
sean las aspiraciones de una persona, no hay llamamiento más alto,
más sagrado, y más ennoblecedor que ser un colaborador con el Hijo
de Dios.
A menudo estamos tan envueltos en nuestros propios intereses,
que nuestros corazones no ven las necesidades de la humanidad;
carecemos en cuanto a actos de simpatía y benevolencia; en el
ministerio sagrado y social en favor del necesitado, el oprimido
y el sufriente. Se necesitan mujeres que no sean altaneras sino
de maneras suaves y gentiles, de corazón compasivo, que puedan
trabajar con la mansedumbre de Cristo doquiera se las necesite,