De mujer a mujer
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que pasó nuestro Salvador por nosotros, no debieran ser demasiado
humillantes para aquellos que hemos sido salvados por su sangre,
si es que tenemos que soportarlas. Comparado con el cielo, es un
costo insignificante.
Querida hermana, seamos pacientes si nos toca en la religión el
camino del sufrimiento. Su propia hija amada puede no discernir
el misterio de la piedad, y puede pensar que usted es necia y testa-
ruda al tratar de ser peculiar y aun rara para el mundo. Pero no se
desanime; si es fiel a su deber, Dios puede tocar el corazón de su
hija para que vea el incomparable encanto del amor del Salvador.
Para el incrédulo que ama los placeres y la vanidad del mundo, los
conscientes observadores del sábado del Señor, pueden parecerle
raros y erráticos. Puede preguntarse por qué, si estas cosas son en
realidad la verdad, los grandes del mundo, los ministros, los doc-
tores y los entendidos no las aceptan. ¡Es por causa de la cruz! La
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popularidad y los logros mundanos son demasiado importantes para
ellos; demasiado importantes para dejarlos de lado. Sus mentes han
sido oscurecidas por el dios de este mundo...
Nosotros podemos tener a Cristo mientras estamos en nuestras
actividades cotidianas; no importa donde estemos y el trabajo que
hagamos, podemos ser elevados porque estamos unidos a Cristo.
Los deberes humildes de la vida pueden ser ennoblecidos y santi-
ficados mediante la seguridad que tenemos en el amor de Dios; y
el tener principios correctos dignifica cualquier humilde tarea. El
ser conscientes de que somos siervos de Cristo, le da un carácter
más elevado a los deberes de cada día, y nos lleva a ser pacientes,
perdonadores, alegres y gentiles. Dice Cristo: “Tengo muchas cosas
que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar”.
Juan 16:12
...
Si usted, mi querida hermana, puede ser vista como una mujer
firme en sus principios; no temerosa del deber; celosa en ejemplificar
a Cristo en su trabajo diario; y si a la vez es humilde, gentil, tierna,
paciente y perdonadora, lista a sufrir y perdonar injurias, entonces
será una epístola viviente, conocida y leída de todos los hombres.
Sus amigos, que desarrollan sus rasgos de carácter de acuerdo al
mundo, no están morando en Cristo; no importa cuán elevada sea
su profesión. No comprenden el valor del amor de Cristo, porque
no tienen un sentido real del gran sacrificio hecho por el Capitán
de nuestra salvación para redimirnos de nuestra miseria. Y como