Página 70 - Hijas De Dios (1999)

Basic HTML Version

66
Hijas De Dios
Lucas 8:1-3
. Tanto Cristo como sus discípulos ministraban en las
villas y ciudades. Y aquellos que habían estado en la verdad por
más tiempo que los nuevos conversos, colaboraban con sus bienes
materiales.—
The Review and Herald, 3 de febrero de 1891
.
Entre los creyentes a quienes se les había dado la comisión,
había muchos que provenían de los caminos más humildes de la
vida; hombres y mujeres que habían aprendido a amar a su Señor,
y que habían determinado seguir su ejemplo de renunciamiento. A
estas personas de limitado talento y humilde origen, les fue dada
la comisión “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda
criatura”, tanto como a los discípulos que habían estado con el Sal-
vador durante su ministerio en la tierra. Estos humildes seguidores
de Jesús compartieron con los apóstoles la reconfortante promesa
del Señor: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin
del mundo”.
Mateo 28:20
.—
The Review and Herald, 24 de marzo
de 1910
.
Las mujeres que habían seguido humildemente a Jesús en vida,
no quisieron separarse de él hasta verlo sepultado en la tumba y ésta
[72]
cerrada con una pesadísima losa de piedra, para que sus enemigos
no viniesen a robar el cuerpo. Pero no necesitaban temer, porque
vi que las huestes angélicas vigilaban solícitamente el sepulcro de
Jesús, esperando con vivo anhelo la orden de cumplir su parte en la
obra de librar de su cárcel al Rey de gloria.—
Primeros Escritos, 180
(1882)
.
María se dirigió presurosa a los discípulos para informarles que
Jesús no estaba en el sepulcro donde había sido colocado. Mientras
tanto, las otras mujeres que habían quedado esperándola, hicieron
una inspección más minuciosa del interior del sepulcro, para cercio-
rarse de que en verdad no estaba allí. Repentinamente, un hermoso
joven vestido en ropas resplandecientes apareció ante su vista senta-
do junto al sepulcro. Era el ángel que había removido la piedra, y que
ahora asumía una presencia humana para no aterrorizar a aquellas
mujeres que habían seguido a Jesús y lo habían apoyado en su mi-
nisterio público. Sin embargo, a pesar de que el ángel disminuyó su
brillo, las mujeres quedaron sorprendidas y aterrorizadas de la gloria
del Señor que lo rodeaba. Se disponían a huir del sepulcro, cuando el
mensajero celestial se dirigió a ellas con estas suaves y consoladoras
palabras: “No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús,