Página 113 - La Historia de la Redenci

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Las peregrinaciones del pueblo de Israel
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Moisés golpeó la roca, pero Cristo estuvo junto a él e hizo fluir
agua de la peña. El pueblo tentó al Señor en su sed, y dijo: “Si
nos ha traído hasta aquí, ¿por qué no nos da agua, así como nos
dio pan?” Este “si” puso de manifiesto su culpable incredulidad, e
indujo a Moisés a temer que Dios los castigara por causa de sus
impías murmuraciones. Dios probó la fe de sus hijos, pero éstos no
soportaron la prueba. Murmuraron por el alimento y por el agua,
y acusaron a Moisés. Por su incredulidad, el Señor permitió que
sus enemigos los atacaran, para manifestar a su pueblo de dónde
procedía su fortaleza.
[137]
Librados de Amalec
“Entonces vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim. Y dijo
Moisés a Josué: Escógenos varones, y sal a pelear contra Amalec;
mañana yo estaré sobre la cumbre del collado, y la vara de Dios
en mi mano. E hizo Josué como le dijo Moisés, peleando contra
Amalec; y Moisés y Aarón y Ur subieron a la cumbre del collado.
Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía;
mas cuando él bajaba su mano prevalecía Amalec. Y las manos de
Moisés se cansaban; por lo que tomaron una piedra, y la pusieron
debajo de él, y se sentó sobre ella; y Aarón y Ur sostenían sus manos,
uno de un lado y el otro del otro; así hubo en sus manos firmeza
hasta que se puso el sol”.
Moisés extendió sus manos hacia el cielo, con la vara de Dios
en su mano derecha, para suplicar la ayuda de Dios. Entonces Israel
prevaleció y rechazó a sus enemigos. Cuando Moisés bajaba las ma-
nos, era evidente que Israel pronto perdía todo lo que había ganado,
y comenzaba a ser vencido por sus enemigos. Moisés nuevamente
levantaba las manos hacia el cielo, e Israel prevalecía, y el enemigo
era rechazado.
Ese acto de Moisés, de levantar las manos hacia Dios, debía
enseñar a Israel que mientras pusieran su confianza en Dios y se
aferraran a su fortaleza y exaltaran su trono, él pelearía por ellos y
subyugaría a sus enemigos. Pero cuando dejaran de aferrarse de su
fortaleza y confiaran en su propia fuerza, serían incluso más débiles
que sus enemigos que no conocían a Dios, y éstos prevalecerían