Página 117 - La Historia de la Redenci

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La ley de Dios
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Jehová dijo a Moisés: Ve al pueblo y santifícalos hoy y mañana; y
laven sus vestidos, y estén preparados para el día tercero, porque el
tercer día Jehová descenderá a ojos de todo el pueblo sobre el monte
de Sinaí”.
Se pidió a la gente que se abstuviera de labores y cuidados
mundanos, y que se dedicara a meditaciones devocionales. También
les pidió que lavaran sus vestiduras. No es menos exigente ahora
que en aquel entonces. Es un Dios de orden, y requiere de su pueblo
sobre la tierra que practique hábitos de estricta limpieza. Los que
adoran al Señor con ropas sucias y sin bañarse, no comparecen
delante de él de una manera aceptable. No se complace con su falta
de reverencia, y no aceptará el culto de adoradores sucios, porque
de ese modo insultan a su Hacedor. El Creador de los cielos y de la
tierra considera de tanta importancia la limpieza que dijo: “Y laven
sus vestidos”.
“Y señalarás términos al pueblo en derredor, diciendo: Guardaos,
no subáis al monte, ni toquéis sus límites; cualquiera que tocare el
monte, de seguro morirá. No lo tocará mano, porque será apedreado
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o asaeteado; sea animal o sea hombre, no vivirá. Cuando suene
largamente la bocina, subirán al monte”. Este mandamiento tenía
como propósito impresionar la mente de ese pueblo rebelde con una
profunda veneración por Dios, autor de todas sus leyes y la autoridad
de la cual ellas emanaban.
La manifestación de Dios y su terrible majestad
“Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron
truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de
bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en
el campamento”. La hueste angélica que acompañaba a la divina
majestad llamó al pueblo mediante un sonido semejante al de una
trompeta, que aumentó en intensidad hasta que toda la tierra tembló.
“Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios;
y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba,
porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía
como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran
manera”. La majestad divina descendió en una nube con un glorioso
cortejo de ángeles que parecían llamas de fuego.