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La Historia de la Redención
pudieran servirlo libremente. Dios escuchó sus clamores y suscitó a
Moisés como instrumento suyo para que llevara a cabo la liberación
de su pueblo. Después de salir de Egipto, y de la división de las
aguas del mar Rojo delante de ellos, el Señor los probó para ver si
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confiaban en el que los había sacado, una nación de otra nación,
por medio de señales, tentaciones y maravillas. Pero no pudieron
soportar la prueba. Murmuraron contra el Señor por las dificultades
que encontraron en el camino, y manifestaron su deseo de regresar
otra vez a Egipto.
Escritas en tablas de piedra
Para que no tuvieran excusa, el Señor mismo condescendió a
descender al Sinaí, envuelto en gloria y rodeado por sus ángeles, y
en una forma sublime e impresionante dio a conocer su ley de los
Diez Mandamientos. No confió en nadie para enseñarla, ni siquiera
en sus ángeles, sino que dio su ley con voz audible al oído de todo
el pueblo. Ni aun entonces confió en la frágil memoria de una gente
proclive a olvidar sus requerimientos, sino que los escribió con su
propio dedo en tablas de piedra. Eliminó toda posibilidad de que
mezclaran sus santos preceptos con tradiciones, o que confundieran
sus requerimientos con las costumbres de los hombres.
Se acercó entonces aún más a su pueblo, tan dispuesto a apar-
tarse, de modo que no se limitó a dejarle los diez preceptos del
Decálogo. Ordenó a Moisés que escribiera lo que le iba a decir, es a
saber, juicios y leyes con indicaciones precisas con respecto a lo que
quería que hicieran, para que así guardaran los diez preceptos que
habían sido grabados en tablas de piedra. Esas indicaciones y esos
requerimientos específicos se dieron para inducir al hombre falible
a obedecer la ley moral, que tan dispuesto está a transgredir.
Si el hombre hubiera guardado la ley de Dios, tal como le fue
dada a Adán después de su caída, y preservada en el arca por Noé,
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y observada por Abrahán, no habría habido necesidad del rito de la
circuncisión. Y si los descendientes de Abrahán hubieran guardado
el pacto, del cual la circuncisión era una garantía, nunca hubieran
caído en la idolatría ni se habría permitido que descendieran a Egipto
ni habría habido necesidad de que Dios proclamara su ley desde
el Sinaí y la grabara en tablas de piedra, ni que salvaguardara esos