Página 125 - La Historia de la Redenci

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La ley de Dios
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preceptos mediante las indicaciones, los juicios y los estatutos que
le dio a Moisés.
Juicios y estatutos
Este escribió esos juicios y estatutos procedentes de los labios
de Dios mientras se encontraba con él en el monte. Si el pueblo
de Dios hubiera obedecido los principios contenidos en los Diez
Mandamientos, no habría habido necesidad de las indicaciones defi-
nidas dadas a Moisés, que él escribió en un libro, con relación a su
deber hacia Dios y hacia sus semejantes. Las indicaciones difinidas
que el Señor le dio a Moisés con respecto al deber de su pueblo
hacia sus semejantes y al extranjero, son los principios de los Diez
Mandamientos simplificados, y presentados en forma definida para
que no pudieran caer en error.
El Señor instruyó a Moisés claramente con respecto a los sacri-
ficios ceremoniales que debían terminar con la muerte de Cristo.
El sistema de sacrificios preanunciaba la ofrenda de Cristo como
Cordero sin mancha.
El Altísimo estableció primeramente el sistema de ofrendas y
sacrificios con Adán después de su caída; éste los enseñó a sus des-
cendientes. Este sistema se corrompió antes del diluvio por causa de
los que se separaron de los fieles seguidores del Señor y se dedicaron
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a la construcción de la torre de Babel. Ofrecieron sacrificios a los
dioses que ellos mismos se hicieron en lugar de ofrecérselos al Dios
del cielo. Lo hicieron no porque tuvieran fe en el Redentor venidero,
sino porque creían que podrían agradar a sus dioses al ofrecer una
gran cantidad de animales sobre sus altares contaminados e idolá-
tricos. Su superstición los indujo a caer en enormes extravagancias.
Enseñaban a la gente que mientras más valiosos fueran los sacrificios
que ofrecía, mayor placer proporcionarían a sus ídolos, y mayores
serían también la prosperidad y las riquezas de la nación. Por esa
razón a menudo se ofrecían sacrificios humanos a esos dioses inertes.
Esas naciones tenían leyes y reglamentos sumamente crueles para
controlar las acciones de la gente. Esas leyes fueron promulgadas
por hombres cuyos corazones no habían sido suavizados por la gra-
cia; y aunque podían condonar el más degradante de los crímenes,