Página 177 - La Historia de la Redenci

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El juicio de Cristo
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En la sala del tribunal
La multitud pedía a gritos la sangre de Jesús. Lo azotaron cruel-
mente, lo cubrieron con una vieja túnica real color púrpura, y ciñeron
su sagrada frente con una corona de espinas. Le pusieron una caña
en la mano, se inclinaron ante él y para burlarse lo saludaron dicién-
dole: “¡Salve, rey de los judíos!”
Juan 19:3
. Entonces tomaron la
caña que tenía en la mano y le golpearon la cabeza de modo que las
espinas penetraron en sus sienes y la sangre comenzó a correr por
su rostro y su barba.
A los ángeles les costaba soportar ese espectáculo. Hubieran que-
rido librar a Jesús, pero el ángel comandante lo impidió, diciéndoles
que había que pagar un gran rescate por el hombre; pero añadió que
sería completo y que provocaría la muerte del que tenía el imperio
de la muerte. Jesús sabía que los ángeles estaban presenciando la
escena de su humillación. El más débil de entre ellos podría haber
conseguido que esa multitud burladora cayera inerme y podría ha-
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ber librado al Señor. Sabía que si se lo solicitaba a su Padre, los
ángeles lo librarían inmediatamente. Pero era necesario que sopor-
tara la violencia de los hombres para poder llevar a cabo el plan de
salvación.
El Maestro permaneció manso y humilde delante de la furiosa
multitud, mientras cometían con él los abusos más viles. Escupieron
su rostro, ese rostro del cual un día querrán ocultarse, que dará luz a
la ciudad de Dios y que resplandecerá más que el sol. Cristo no lanzó
una mirada de enojo a sus ofensores. Cubrieron su cabeza con una
vieja prenda de vestir para impedirle ver, y entonces le abofetearon
el rostro mientras clamaban: “Profetiza, ¿quién es el que te golpeó?”
Lucas 22:64
. Hubo conmoción entre los ángeles. Hubieran rescatado
inmediatamente a Jesús, pero el ángel comandante no lo permitió.
Algunos de sus discípulos habían recuperado la suficiente con-
fianza como para entrar donde él se hallaba y presenciar el juicio.
Esperaban que manifestara su poder divino y se librara de manos de
sus enemigos y los castigara por su crueldad hacia él. Sus esperan-
zas ascendían y descendían según iban sucediéndose las distintas
escenas. A veces dudaban y temían haber sido engañados. Pero la
voz que oyeron en el monte de la transfiguración, y la gloria que
contemplaron, fortaleció su fe de que él era el Hijo de Dios. Recor-