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La Historia de la Redención
daron las escenas de las que habían sido testigos, los milagros que
habían visto hacer a Jesús al sanar a los enfermos, abrir los ojos de
los ciegos, destapar los oídos de los sordos, reprender y echar los
demonios, resucitar a los muertos, y hasta calmar el viento y el mar.
No podían creer que tuviera que morir. Esperaban que todavía se
levantara con poder, y que con su voz llena de autoridad dispersara
a la multitud sedienta de sangre, como cuando entró en el templo y
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despidió a los que estaban haciendo un mercado de la casa de Dios,
cuando huyeron de delante de su presencia como si los persiguiera
un grupo de soldados armados. Los discípulos esperaban que Jesús
manifestara su poder y convenciera a todos de que era el rey de
Israel.
La confesión de Judas
Judas se llenó de amargo remordimiento y vergüenza por su
infamia al traicionar a Cristo. Y cuando observó el maltrato que
tuvo que soportar el Salvador, se sintió abrumado. Había amado a
Jesús, pero más aún al dinero. No creyó que el Señor permitiera
que lo prendieran los hombres que él había conducido. Esperaba
que realizara un milagro para librarse de ellos. Pero cuando vio
la multitud enfurecida en la sala del tribunal, sedienta de sangre,
sintió profundamente su culpa; y mientras muchos acusaban con
vehemencia a Jesús, Judas avanzó impetuosamente en medio de
la multitud, para confesar que había pecado al traicionar sangre
inocente. Ofreció a los sacerdotes el dinero que le habían pagado,
y les rogó que dejaran libre al Señor, declarando que éste no tenía
culpa alguna.
Por breves instantes el disgusto y la confusión mantuvieron en
silencio a los sacerdotes. No querían que la gente se diera cuenta
de que habían contratado a uno de los profesos seguidores de Jesús
para que lo traicionara y lo entregara en sus manos. Querían ocultar
el hecho de que habían buscado al Señor como si fuera un ladrón,
y lo habían prendido en secreto. Pero la confesión de Judas y su
aspecto macilento y culpable pusieron en evidencia a los sacerdotes
delante de la multitud, revelando que había sido el odio la causa de
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que prendieran al Maestro. Mientras Judas afirmaba en alta voz que
Jesús era inocente, los sacerdotes replicaron: “¿Qué nos importa a