El Pentecostés
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¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos
nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?”
Los sacerdotes y dirigentes estaban sumamente indignados por
esta maravillosa manifestación, cuya noticia se difundió por toda
Jerusalén y su vecindario, pero no se atrevían a dar rienda suelta
a su maldad por temor de exponerse al odio del pueblo. Habían
dado muerte al Maestro, pero allí estaban sus servidores, gente ig-
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norante de Galilea, que presentaba el maravilloso cumplimiento de
las profecías y enseñaba la doctrina de Jesús en todos los idiomas
que se hablaban en esa época. Hablaban con poder de las extraor-
dinarias obras del Salvador y desplegaban ante sus oyentes el plan
de salvación basado en la misericordia y el sacrificio del Hijo de
Dios. Sus palabras convencían y convertían a miles de sus oyentes.
Las tradiciones y las supersticiones inculcadas por los sacerdotes
desaparecían de sus mentes, y aceptaban las puras enseñanzas de la
Palabra de Dios.
El sermón de Pedro
Pedro les mostró que esta manifestación era el directo cumpli-
miento de la profecía de Joel, mediante la cual este profeta preanun-
ció que este poder descendería sobre los hombres de Dios con el fin
de prepararlos para realizar una tarea especial.
Pedro trazó el linaje de Cristo y lo vinculó directamente con la
honorable casa de David. No empleó ninguna de las enseñanzas de
Jesús para probar esta verdad, porque sabía que sus prejuicios eran
muy grandes y por lo tanto no tendrían ningún efecto. Pero se refirió
a David, a quien los judíos consideraban un venerable patriarca de
su nación. Por eso dijo:
“Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de
mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Por lo cual mi
corazón se alegró, y se gozó mi lengua, y aún mi carne descansará
en esperanza; porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás
que tu santo vea corrupción”.
Pedro demostró que aquí David no se estaba refiriendo a sí mis-
mo, sino definidamente a Jesucristo. El rey murió de muerte natural
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como otros hombres; su sepulcro, con el venerable polvo que conte-
nía, había sido cuidadosamente guardado hasta ese momento. David,