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La Historia de la Redención
como rey de Israel, y también como profeta, había sido especial-
mente honrado por Dios. Se le mostró en visión profética la vida y
el ministerio futuros de Cristo. Vio su rechazamiento, su juicio, su
crucifixión, su sepultura, su resurrección y su ascensión.
David dio testimonio de que el alma de Cristo no quedaría en el
Hades (la tumba), y que su carne no vería corrupción. Pedro compro-
bó que esta profecía se cumplió en Jesús de Nazaret. Efectivamente
Dios lo levantó de la tumba antes que su cuerpo viera corrupción.
Era entonces el Exaltado en el cielo de los cielos.
En esa memorable ocasión mucha gente que hasta ese entonces
se había reído de la idea de que una persona tan humilde como
Jesús fuera el Hijo de Dios, se convenció cabalmente de la verdad
y lo reconoció como su Salvador. Tres mil almas se añadieron a la
iglesia. Los apóstoles hablaron impulsados por el Espíritu Santo;
y sus palabras no podían ser contradichas porque las confirmaban
extraordinarios milagros llevados a cabo gracias al derramiento
del Espíritu de Dios. Los discípulos mismos se asombraron de los
resultados de esta manifestación, y de la rapidez y la abundancia
de la cosecha de almas. Todos se llenaron de asombro. Los que no
quisieron abandonar sus prejuicios y su fanatismo se sintieron tan
abrumados que no se atrevieron a oponerse a esa poderosa obra ni
por palabras ni por actos de violencia, y por el momento su oposición
cesó.
Los argumentos de los apóstoles por sí solos, aunque claros y
convincentes, no habrían sido capaces de eliminar los prejuicios de
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los judíos que se habían opuesto a muchísima evidencia. Pero el
Espíritu Santo introdujo esos argumentos con poder divino en sus
corazones. Eran como agudas flechas del Todopoderoso, que los
convencieron de su terrible culpa al rechazar y crucificar al Señor de
gloria. “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro
y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les
dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de
Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu
Santo”.
Pedro recalcó ante la gente convencida el hecho de que habían
rechazado a Cristo porque habían sido engañados por los sacerdotes
y gobernantes; y si continuaban esperando su consejo, y aguardaban
a que esos gobernantes reconocieran a Cristo antes de atreverse