Página 203 - La Historia de la Redenci

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El Pentecostés
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a hacerlo, nunca lo aceptarían. Esos hombres poderosos, aunque
hicieran una profesión de santidad, eran ambiciosos y ansiaban las
riquezas y la gloria terrenales. Nunca acudirían a Cristo para recibir
luz. Jesús predijo que una terrible retribución recaería sobre esa
gente por su obstinada incredulidad, a pesar de que se les dieron las
más poderosas evidencias de que Jesús era el Hijo de Dios.
Desde ese momento en adelante el lenguaje de los discípulos fue
puro, sencillo y exacto tanto en palabra como en acento, ya sea que
se expresaran en su lengua nativa o en un idioma extranjero. Estos
hombres humildes, que nunca habían estado en la escuela de los
profetas, presentaban verdades tan elevadas y puras que asombraban
a los que las escuchaban. No podían ir en persona hasta los últimos
confines de la tierra; pero había hombres en la fiesta procedentes
de todos los rincones del mundo, y las verdades recibidas por ellos
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fueron llevadas a sus diversos hogares y publicadas entre la gente, y
ganaron almas para Cristo.
Una lección para nuestros días
Este testimonio con respecto a la fundación de la iglesia cristiana
se nos da no solamente como una importante porción de la historia
sagrada, sino también como lección. Todos los que profesan el
nombre de Cristo deben estar esperando, aguardando y orando en
unidad de corazón. Debieran abandonarse todas las diferencias, y la
unidad y el tierno amor debieran llenarlo todo. Entonces nuestras
oraciones ascenderían juntas a nuestro Padre celestial basadas en
una fe fuerte y amorosa. Entonces podríamos aguardar con paciencia
y esperanza el cumplimiento de la promesa.
La respuesta nos puede llegar con súbita velocidad y poder abru-
mador, o puede demorarse por días y semanas para probar nuestra
fe. Pero Dios sabe cómo y cuándo contestar nuestras oraciones. Es
nuestra
parte de la obra ponernos en relación con el canal divino.
Dios es responsable por su parte de la obra. Fiel es el que prometió.
Lo grande e importante para nosotros consiste en ser de un solo co-
razón y mente, para poner a un lado toda envidia y malicia, y vigilar
y aguardar como humildes suplicantes. Jesús, nuestro representante
y cabeza, está listo para hacer en favor de nosotros lo que hizo por
los que oraban y vigilaban en el día de Pentecostés.
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