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La Historia de la Redención
puesta en tela de juicio. Algunos de los funcionarios del templo y el
capitán de la guardia de ese recinto eran saduceos. El capitán, con la
ayuda de algunos saduceos, detuvo a los dos apóstoles y los puso en
la cárcel puesto que era demasiado tarde para que sus casos fueran
considerados esa noche.
Al día siguiente Anás y Caifás, con otros dignatarios del templo,
se reunieron para juzgar a los prisioneros, que les fueron traídos a
su presencia. En esa misma estancia, y en presencia de esos mismos
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hombres, Pedro había negado vergonzosamente a su Señor. Todo ello
apareció nítidamente en su memoria mientras el discípulo compare-
cía para hacer frente a su propio juicio. Ahora tenía la oportunidad
de redimir la malvada cobardía de entonces.
El grupo que se hallaba allí presente recordó la parte que había
desempeñado Pedro en el juicio de su Maestro, y se alegró con el
pensamiento de que podrían intimidarlo con amenazas de prisión y
muerte. Pero el hombre que había negado a Cristo en la hora de su
mayor necesidad era el discípulo impulsivo y confiado en sí mismo,
muy distinto del Pedro que se encontraba ahora frente al Sanedrín
para ser examinado ese día. Se había convertido; desconfiaba de
sí mismo y ya no era más el orgulloso fanfarrón de otrora. Estaba
lleno del Espíritu Santo y por medio de su poder había llegado a
ser firme como una roca, valiente aunque modesto al magnificar a
Cristo. Estaba listo para hacer desaparecer la mancha de su apostasía
al honrar el nombre que una vez había negado.
La osada defensa de Pedro
Hasta ese momento los sacerdotes habían evitado mencionar la
crucifixión o la resurrección de Jesús; pero ahora, para cumplir su
propósito, se vieron obligados a interrogar al acusado acerca del
poder mediante el cual habían llevado a cabo la notable curación
del paralítico. Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, dirigiéndose
respetuosamente a los sacerdotes y ancianos, declaró lo siguiente:
“Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en
el nombre de Jesús de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a
quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra
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presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los
edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún