Página 207 - La Historia de la Redenci

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El sanamiento del paralítico
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otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a
los hombres, en que podamos ser salvos”.
Las palabras de Pedro tenían el sello de Cristo, y su rostro estaba
iluminado por el Espíritu Santo. Muy cerca de él, como testigo vi-
viente, se hallaba el hombre que había sido milagrosamente curado.
El aspecto de ese hombre, que sólo pocas horas antes era un desam-
parado paralítico, pero que ahora había sido restaurado a la plena
sanidad de su cuerpo, y había sido iluminado con respecto a Jesús
de Nazaret, le añadía peso al testimonio de las palabras de Pedro.
Los sacerdotes, los gobernantes y el pueblo guardaron silencio. Los
gobernantes no tenían poder para refutar esa declaración. Se vieron
obligados a escuchar lo que menos querían oír, es a saber, el hecho
de la resurrección de Jesucrito y su poder de llevar a cabo milagros
desde el cielo por medio de sus apóstoles en la tierra.
La defensa de Pedro, que reconoció valerosamente de dónde
procedía el poder que había obtenido, los dejó abrumados. Se había
referido a la piedra desechada por los edificadores, una alusión
directa a las autoridades de la iglesia que debieran haber percibido el
valor de Aquel a quien rechazaron, no obstante lo cual había llegado
a ser cabeza del ángulo. Con estas palabras se refirió directamente a
Cristo, la piedra fundamental de la iglesia.
La gente estaba asombrada de la valentía de los discípulos. Su-
ponían, puesto que eran ignorantes pescadores, que podían ser aplas-
tados y confundidos al comparecer ante los sacerdotes, escribas y
ancianos. Pero tomaron nota de que habían estado con Jesús. Los
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apóstoles hablaron como él lo hubiera hecho, con un poder con-
vincente que sometió al silencio a sus adversarios. Para ocultar su
perplejidad los sacerdotes y gobernantes ordenaron que los apóstoles
salieran de la habitación, para discutir juntos el asunto.
Todos estuvieron de acuerdo en que era inútil negar que el hom-
bre había sido sanado mediante el poder que recibieron los apóstoles
en el nombre de Jesús, el crucificado. De buena gana hubieran trata-
do de cubrir el milagro mediante falsedades; pero esta obra fue hecha
a plena luz del día y en presencia de una multitud, y ya había llegado
al conocimiento de miles. Llegaron a la conclusión de que había
que detener esa obra inmediatamente, pues en caso contrario Jesús
lograría muchos creyentes, a lo que seguiría su propia desgracia, y
serían culpables del asesinato del Hijo de Dios.