Página 217 - La Historia de la Redenci

Basic HTML Version

La muerte de Esteban
213
Aclaró su propia lealtad a Dios y a la fe judaica, mientras ponía
de manifiesto que la ley en la cual confiaban para salvación no había
sido capaz de salvar a Israel de la idolatría. Relacionó a Jesucristo
con toda la historia judaica. Se refirió a la construcción del templo
de Salomón con las palabras de este rey y de Isaías: “Si bien el
Altísimo no habita en templos hechos de mano”. “El cielo es mi
trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificareis?
dice el Señor; ¿o cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano
todas estas cosas?” El lugar más elevado para el culto de Dios está
[276]
en el cielo.
Cuando Esteban llegó a este punto hubo un tumulto entre la
gente. El prisionero leyó su destino en los rostros que tenía ante sí.
Se dio cuenta de la oposición que habían encontrado sus palabras,
pronunciadas bajo el impulso del Espíritu Santo. Supo que estaba
dando su último testimonio. Pocos de los que leen este discurso de
Esteban lo aprecian adecuadamente. La ocasión, el momento y el
lugar debieran tenerse presentes, para que las palabras adquieran su
pleno significado.
Cuando relacionó a Jesucristo con las profecías y habló del
templo como lo hizo, el sacerdote, simulando caer presa del horror,
rasgó sus vestiduras. Este acto fue para Esteban la señal de que
su voz pronto sería silenciada para siempre. Aunque se hallaba en
la mitad de su sermón, lo terminó abruptamente apartándose en
forma repentina de la cadena histórica, y dirigiéndose a sus jueces
enfurecidos les dijo: “¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y
de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros
padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron
vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la
venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y
matadores; vosotros que recibisteis la ley por disposición de ángeles,
y no la guardasteis”.
La muerte de un mártir
Al llegar a este punto los sacerdotes y los gobernantes estaban
fuera de sí por causa de su ira. Se parecían más a bestias feroces
que a seres humanos. Se abalanzaron sobre Esteban en medio de un
[277]
crujir de dientes. Pero no lo intimidaron; él esperaba esto. Su rostro