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La Historia de la Redención
y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios. Envía,
pues, ahora hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que tiene por
sobrenombre Pedro. Este posa en casa de cierto Simón curtidor, que
tiene su casa junto al mar; él te dirá lo que es necesario que hagas”.
Nuevamente el Señor puso de manifiesto su consideración por el
ministerio evangélico y por su iglesia organizada. No era el ángel
quien debía relatar la historia de la cruz a Cornelio. Un hombre,
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sujeto a las mismas debilidades y tentaciones, debía instruirlo con
respecto al Salvador crucificado, resucitado y ascendido al cielo. El
mensajero celestial fue enviado con el expreso propósito de poner
a Cornelio en contacto con el ministro de Dios, quien había de
enseñarle, juntamente con su casa, cómo se podía salvar.
Cornelio obedeció alegremente esta comunicación, y envió men-
sajeros en seguida para que buscaran a Pedro, de acuerdo con las
indicaciones del ángel. Lo detallado de estas instrucciones, en las
cuales incluso se mencionó la ocupación del hombre en cuya casa
moraba Pedro, pone en evidencia que el Cielo conoce la historia y
las actividades de los hombres en todos los aspectos de la vida. Dios
está enterado del trabajo diario del humilde labrador, como asimismo
de lo que hace el rey en el trono. Y le son conocidos la avaricia, la
crueldad, los crímenes secretos y el egoísmo de los hombres, como
asimismo sus buenas obras, su caridad, su generosidad y su bondad.
Nada está oculto a la vista de Dios.
La visión de Pedro
Inmediatamente después de su entrevista con Cornelio el ángel
se fue junto a Pedro, quien, cansado y hambriento por causa del viaje,
se hallaba orando en la terraza de la casa. Mientras oraba se le dio
una visión, “y vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a
un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra;
en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves
del cielo.
“Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come. Entonces
Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he
comido jamás. Volvió la voz a él la segunda vez: Lo que Dios limpió,
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no lo llames tú común. Esto se hizo tres veces; y aquel lienzo volvió
a ser cogido en el cielo”.