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La Historia de la Redención
Mientras la ejecución de Pedro se postergaba mediante varios
pretextos, hasta que pasara la Pascua, la iglesia de Cristo tuvo tiempo
para hacer un profundo examen de conciencia y para dedicarse
fervientemente a la oración. Se mezclaron entonces las sinceras
peticiones, las lágrimas y los ayunos. Oraban sin cesar en favor de
Pedro; creían que no debían cesar sus labores cristianas; y sentían
que habían llegado a un punto donde, sin la ayuda especial de Dios,
la iglesia de Cristo se extinguiría.
Por fin se fijó la fecha para la ejecución de Pedro; pero las ora-
ciones de los creyentes seguían ascendiendo al cielo. Y mientras se
recurría a todas las energías y simpatías para elevar fervientes peti-
ciones, los ángeles de Dios montaban guardia junto al encarcelado
apóstol. La hora de crisis del hombre es el momento de oportunidad
para Dios. Pedro se encontraba entre dos soldados, asegurado por
dos cadenas cada una de las cuales estaba unida a la muñeca de uno
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de sus guardianes. Por lo tanto, le era imposible moverse sin que
éstos lo supieran. Las puertas de la prisión estaban bien cerradas, y
se había puesto una poderosa guardia ante ellas. Toda oportunidad
de rescate o de huida, desde el punto de vista humano, era imposible.
El apóstol no estaba atemorizado por su situación. Desde su
restablecimiento después de su negación de Cristo, había desafiado el
peligro sin vacilar, y había manifestado una noble osadía al predicar
a un Salvador crucificado, resucitado y ascendido a los cielos. Creía
que había llegado el momento cuando debía deponer su vida por
causa de Cristo.
La víspera del día de su ejecución, Pedro, encadenado, dormía
como de costumbre entre los dos soldados. Herodes, al recordar la
huida de Pedro y Juan de la prisión, donde habían sido confinados
por causa de su fe, duplicó sus precauciones en esa oportunidad. Se
hizo responsables a los soldados de la salvaguardia del prisionero,
con el propósito de asegurarse de que extremaran su vigilancia.
Estaba encadenado, como ya dijimos, en una celda cavada en la
roca viva, cuyas puertas estaban cerradas con barrotes y cerrojos.
Dieciséis hombres habían sido destacados para montar guardia junto
a esta celda, y se relevaban a intervalos regulares. En cada turno
había cuatro guardianes. Pero los barrotes, los cerrojos y la guardia
romana, que efectivamente le cortaban al prisionero toda posibilidad
de ayuda, solamente contribuirían a que el triunfo de Dios fuera más