Página 242 - La Historia de la Redenci

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La Historia de la Redención
goznes ni ruido de cerrojos. Cuando ellos salieron se cerró de nuevo
sin el menor ruido. Pasaron de la misma manera por la tercera puerta,
y por fin se encontraron en la calle. No se pronunció palabra alguna;
no se escuchó el ruido de pisadas. El ángel se deslizó hacia adelante
rodeado por una luz resplandeciente, y Pedro siguió a su libertador
confundido y convencido de que estaba soñando. Así recorrieron
calle tras calle, y de repente, puesto que la misión del ángel había
terminado, éste desapareció.
Cuando la luz celestial se disipó, Pedro se encontró envuelto por
espesas tinieblas; pero gradualmente la oscuridad fue disminuyendo,
a medida que él se iba acostumbrando a ella, y se encontró solo
en una calle silenciosa, y sintió el aire fresco de la noche que la
acariciaba la frente. Se dio cuenta entonces de que lo que le había
ocurrido no era un sueño ni una visión. Se hallaba libre, en una
parte conocida de la ciudad; descubrió que era un lugar que había
visitado a menudo, por donde esperaba pasar por última vez al día
siguiente en su camino al escenario de su presunta muerte. Trató de
rememorar los acontecimientos de los últimos momentos. Recordaba
haberse quedado dormido, unido a los dos soldados, sin sandalias
y sin túnica. Se examinó y descubrió que estaba completamente
vestido y cubierto por la túnica.
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Sus muñecas, hinchadas por causa de sus crueles cadenas, es-
taban libres ahora, y se dio cuenta de que su libertad no era una
ilusión, sino una bendita realidad. Al día siguiente debería haber
sido conducido a la muerte; pero un ángel lo había librado de la
prisión y de la muerte. “Entonces Pedro, volviendo en sí, dijo: Ahora
entiendo verdaderamente que el Señor ha enviado a su ángel, y me
ha librado de la mano de Herodes, y de todo lo que el pueblo de los
judíos esperaba”.
La respuesta a la oración
El apóstol se encaminó directamente a la casa donde se en-
contraban reunidos sus hermanos, y los encontró dedicados a orar
fervientemente por él en ese momento. “Cuando llamó Pedro a la
puerta del patio, salió a escuchar una muchacha llamada Rode, la
cual, cuando reconoció la voz de Pedro, de gozo no abrió la puerta,
sino que corriendo adentro, dio la nueva de que Pedro estaba a la