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La Historia de la Redención
Tanto Pablo como Bernabé habían estado trabajando como mi-
nistros de Cristo, y el Señor había bendecido abundantemente sus
esfuerzos, pero ninguno de ellos había sido ordenado formalmente
para el ministerio evangélico por medio de la oración y la imposición
de manos. Fueron autorizados entonces por la iglesia no solamen-
te para enseñar la verdad sino para bautizar y organizar iglesias,
investidos, pues, de plena autoridad eclesiástica. Este fue un acon-
tecimiento importante para la iglesia. Aunque la pared medianera
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que separaba a los judíos de los gentiles había sido derribada por
la muerte de Cristo, permitiendo que éstos gozaran plenamente de
los privilegios del Evangelio, todavía no había caído la venda que
cubría los ojos de muchos de los creyentes judíos, y aún no podían
distinguir con claridad la caducidad de lo que había sido abolido por
el Hijo de Dios. La obra debía proseguir entonces con vigor entre los
gentiles, y debía dar como resultado el fortalecimiento de la iglesia
para una gran afluencia de almas.
Los apóstoles, al desempeñar esta tarea especial, iban a quedar
expuestos a la sospecha, el prejuicio y los celos. Como consecuencia
natural de su apartamiento del exclusivismo judío, su doctrina y
sus opiniones podían ser tildadas de herejía, y sus credenciales de
ministros del Evangelio serían puestas en tela de juicio por muchos
celosos creyentes judíos. Dios previó todas las dificultades que
iban a enfrentar sus siervos, y en su sabia providencia permitió que
fueran investidos de autoridad incuestionable por parte de la iglesia
establecida de Dios, para que su obra estuviera por encima de toda
discusión.
La ordenación mediante la imposición de manos fue sometida
a mucho abuso en épocas posteriores; se asignó una importancia
infundada al acto, como si algún poder especial descendiera sobre
los que recibían la ordenación de ese modo, calificándolos inmedia-
tamente para cualquiera y toda tarea ministerial; como si residiera
alguna virtud en el acto de imponer las manos. En la historia de estos
dos apóstoles tenemos un simple relato de la imposición de manos
y de sus consecuencias sobre su obra. Tanto Pablo como Bernabé
ya habían recibido su comisión de Dios mismo; y la ceremonia de
la imposición de manos no les daba ninguna nueva gracia o virtud.
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Únicamente aplicaba el sello de la iglesia a la obra de Dios, como
una manera de reconocer su designación para un oficio ya señalado.