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La Historia de la Redención
pensamiento era que no era digno del inmenso honor de morir tal
como murió su Maestro. Se había arrepentido sinceramente de su
pecado, y Cristo se lo había perdonado, lo que queda de manifiesto
por la importante comisión que le dio de alimentar a las ovejas y
los corderos del rebaño. Pero él mismo nunca se pudo perdonar. Ni
siquiera el pensamiento de las agonías de la última terrible escena
podían aminorar la amargura de su pesar y su arrepentimiento. Como
un último favor solicitó a sus verdugos que lo clavaran en la cruz
cabeza abajo. Se le concedió lo que pedía y así murió el gran apóstol
Pedro.
El último testimonio de Pablo
Pablo fue conducido en privado al lugar de su ejecución. Sus
perseguidores, alarmados por la amplitud de su influencia, temían
que algunos pudieran convertirse al cristianismo aun como resultado
de la escena de su muerte. Por eso se permitió a muy pocos es-
pectadores que estuvieran presentes. Pero los endurecidos soldados
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destacados para asistirlo, escucharon sus palabras, y con asombro
vieron que manifestaba alegría y hasta gozo frente a semejante muer-
te. Su actitud de perdón hacia sus asesinos y de invariable confianza
en Cristo hasta el mismo fin fueron un sabor de vida para vida para
algunos de los que fueron testigos de su martirio. Más de uno aceptó
después al Salvador que Pablo predicaba, e impávidamente selló su
fe con su propia sangre.
La vida de Pablo, hasta su última hora, da testimonio de la verdad
de sus palabras que aparecen en la segunda epístola a los Corintios:
“Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz,
es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del
conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jessucristo. Pero
tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del
poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo,
mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados, perseguidos,
mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el
cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también
la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos”.
2 Corintios 4:6-
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. Su suficiencia no residía en sí mismo sino en la presencia y en la
actividad del Espíritu divino que llenaba su alma y que ponía todo