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La Historia de la Redención
poderoso para guardar mi depósito”.
2 Timoteo 2:12
. Su reprensión
concluirá, y llegará la alegre mañana de la paz y el día perfecto.
El Capitán de nuestra salvación había preparado a su siervo
para el último gran conflicto. Redimido por el sacrificio de Cristo,
purificado de sus pecados por su sangre y revestido de su justicia,
Pablo llevaba el testimonio en sí mismo de que su alma era preciosa
a la vista de su Redentor. Su vida estaba escondida con Cristo en
Dios, y él estaba persuadido de que el que había vencido a la muerte
era capaz de guardar lo que le había confiado. Su mente captó la
promesa del Salvador: “Y ésta es la voluntad del que me ha enviado:
Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y
yo le resucitaré en el día postrero”.
Juan 6:40
. Sus pensamientos y
esperanzas estaban concentrados en la segunda venida de su Señor. Y
cuando la espada del verdugo descendió y las sombras de la muerte
invadieron el alma del mártir, surgió su último pensamiento, que
será el primero que tendrá en ocasión del gran despertar, de salir al
encuentro del Dador de la vida para recibir la bienvenida al gozo de
los bienaventurados.
Casi veinte siglos han pasado desde el momento cuando el an-
ciano Pablo derramó su sangre para ser testigo de la Palabra de Dios
y del verdadero testimonio de Cristo. Ninguna mano fiel registró
para las generaciones venideras las últimas escenas de la vida de
este santo; pero la inspiración ha conservado para nosotros su tes-
timonio de moribundo. Como sonido de trompeta ha resonado su
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voz a través de las edades, infundiendo su propio valor a miles de
testigos de Cristo, y despertando a miles de corazones angustiados
con el eco de su propio clamor de triunfo: “Porque yo ya estoy para
ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado
la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo
demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el
Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos
los que aman su venida”.
2 Timoteo 4:6-8
.
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