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La Historia de la Redención
La mera presencia del reformador en esa ocasión era un victoria
incontestable de la verdad. El hecho de que un hombre a quien el pa-
pa había condenado fuera juzgado por otro tribunal, era virtualmente
una negación de la suprema autoridad del pontífice. El reformador,
puesto en entredicho, y a quien el papa había prohibido que se rela-
cionara con otros seres humanos, recibió seguridad de protección,
y se le concedió una audiencia ante los más altos dignatarios de
la nación. Roma le había ordenado guardar silencio, pero estaba a
punto de hablar en presencia de miles de personas procedentes de
todas partes de la cristiandad. Con calma y espíritu pacífico, pero
con un valor inmenso y noble, se puso de pie como testigo de Dios
entre los grandes de la tierra. Lutero formuló sus respuestas con un
tono de voz respetuoso y humilde, sin manifestaciones de violencia
o pasión. Sus modales eran discretos y respetuosos; no obstante
lo cual manifestó una confianza y un gozo que sorprendieron a la
asamblea.
Los que decididamente cerraron los ojos a la luz, y decidieron no
dejarse convencer por la verdad, se enfurecieron ante el poder de las
palabras de Lutero. Cuando terminó de hablar el vocero de la Dieta
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dijo con ira: “No has contestado la pregunta que se te formuló... Se
te ordena dar una respuesta clara y precisa... ¿Quieres retractarte o
no?”
El reformador contestó: “Puesto que vuestra majestad serenísima
y vuestra alteza suprema requieren de mí una respuesta clara, sencilla
y precisa, os voy a dar una, que es ésta: No puedo someter mi fe ni
al papa ni a los concilios, porque es tan claro como la luz del día
que con frecuencia han errado y se han contradicho mutuamente. A
menos, por supuesto, que se me convenza mediante el testimonio de
la Escritura o por medio de un razonamiento claro, a menos que sea
persuadido por medio de los pasajes que he citado, y a menos que
de ese modo se ate mi conciencia a la Palabra de Dios,
no quiero ni
puedo retractarme,
porque no es prudente que un cristiano hable en
contra de su conciencia. Aquí estoy, no puedo hacer otra cosa; Dios
me ayude. Amén”.
De esa manera este justo se mantuvo sobre el seguro fundamento
de la Palabra de Dios. La luz del cielo iluminaba su rostro. La
grandeza y la pureza de su carácter, su paz y su alegría de corazón,