Página 293 - La Historia de la Redenci

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El mensaje del primer ángel
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Un gran reavivamiento religioso
Por todas partes se oyó el penetrante testimonio que advertía
a los pecadores, tanto mundanos como miembros de iglesia, para
que huyeran de la ira venidera. Como Juan el Bautista, el precursor
de Cristo, los predicadores hincaron el hacha en la raíz del árbol e
instaron a todos a dar frutos dignos de arrepentimiento. Sus conmo-
vedores llamados contrastaban señaladamente con las afirmaciones
de paz y seguridad que se escuchaban desde los púlpitos populares,
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y doquiera se daba el mensaje conmovía a la gente.
El sencillo y directo testimonio de las Escrituras, introducido en
el alma por el poder del Espíritu Santo, resultaba tan convincente que
pocos eran capaces de resistirlo totalmente. Los que profesaban ser
religiosos descubrían que estaban confiando en una falsa seguridad.
Vieron su apostasía, su mundanalidad, su incredulidad, su orgullo y
su egoísmo. Muchos buscaron al Señor arrepentidos y humillados.
Los afectos que por tanto tiempo habían depositado en las cosas
terrenales los depositaron entonces en el cielo. El Espíritu de Dios
descendió sobre ellos, y con corazones ablandados y subyugados se
unieron con los que proclamaban: “Temed a Dios, y dadle gloria,
porque la hora de su juicio ha llegado”.
Apocalipsis 14:7
.
Los pecadores preguntaban llorando: “¿Qué debo hacer para ser
salvo?” Aquellos cuyas vidas estaban manchadas por la deshonesti-
dad anhelaban hacer restitución. Todos los que encontraban paz en
Cristo ansiaban que otros compartieran esa bendición. Los corazo-
nes de los padres se volvieron a los hijos, y los de éstos a sus padres.
Las barreras del orgullo y la reserva desaparecieron. Se hicieron
confesiones sinceras, y los miembros de la familia trabajaron para
la salvación de sus seres queridos.
A menudo se oían fervorosas intercesiones. Por todas partes
había almas profundamente angustiadas que intercedían ante Dios.
Muchos lucharon toda la noche en oración para estar seguros de que
sus pecados habían sido perdonados, o por la conversión de parientes
y vecinos. La fe ferviente y decidida lograba sus propósitos. Si
el pueblo de Dios hubiera continuado siendo tan importuno en la
oración, para presentar sus peticiones ante el trono de la gracia,
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tendría una experiencia mucho más rica de la que ahora posee. Hay
muy poca oración, muy poca comprensión verdadera de pecado, y