Página 303 - La Historia de la Redenci

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El clamor de medianoche
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períodos de humillación y de vuelta al Señor que se manifestaban
en el Antiguo Israel después de los mensajes de reprobación de los
siervos de Dios. Tenía las características que han distinguido a la
obra de Dios en todas las épocas. No había mucho éxtasis gozoso,
pero sí mucho profundo examen de conciencia, confesión de peca-
dos y abandono del mundo. La preparación para salir al encuentro
del Señor era la grave preocupación de los espíritus agonizantes.
Había oración perseverante y consagración a Dios sin reservas.
El clamor de medianoche no se basaba tanto en los argumentos,
aunque la prueba bíblica era clara y concluyente. Avanzó con un im-
pulso poderoso que conmovía el alma. No había duda ni discusión.
En ocasión de la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, la gente
que se había reunido de todas partes del país para celebrar la fiesta
se dirigió al Monte de las Olivas y, al reunirse con la multitud que
escoltaba a Jesús, se dejó posesionar por la inspiración del momento
y contribuyó a ampliar el clamor que decía: “¡Bendito el que viene
en el nombre del Señor!”
Mateo 21:9
. De la misma manera los incré-
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dulos que se congregaban en las reuniones adventistas—algunos por
curiosidad, otros sólo para reírse—sintieron el poder convincente
que acompañaba a este mensaje: “¡Aquí viene el esposo!”
En aquel tiempo se manifestó tal fe que las oraciones obtenían
respuesta, una fe que se aferraba a la recompensa. Como lluvia
sobre la tierra sedienta, el Espíritu de gracia descendió sobre los
fervorosos buscadores. Los que esperaban encontrarse pronto frente
a su Redentor experimentaron una solemne e indecible alegría. El
poder suavizante y subyugador del Espíritu Santo enternecía los
corazones a medida que cada onda de la gloria de Dios descendía
sobre los fieles creyentes.
Cuidadosa y solemnemente los que recibían el mensaje llegaron
al momento cuando esperaban encontrarse con su Señor. Creían
que su primer deber consistía en asegurarse cada mañana de que
habían sido aceptados por Dios. Sus corazones estaban estrecha-
mente unidos y oraban mucho los unos por los otros. A menudo se
encontraban en lugares aislados para estar en comunión con el Señor,
y la oración intercesora ascendía al cielo desde los campos y huertas.
La seguridad de la aprobación del Salvador era más necesaria para
ellos que su alimento diario, y si una nube oscurecía sus mentes
no descansaban hasta disiparla. Al experimentar el testimonio de la